26 noviembre 2008

Etapa 0: Madrid - Jaca

16 de octubre de 2008

Por fin había llegado el momento. Después de tantos días de preparación había llegado la hora de volver al Camino. He de decir que aguardaba con impaciencia que ese día llegara, y es que los recuerdos y las experiencias vividas durante el Camino Francés el mes de noviembre de 2007 habían creado en mi cierta adicción al Camino. Esta vez solamente disponía de unos 10 días para desconectar y tratar de sumergirme en la naturaleza y en ese espíritu especial que rodea a la ruta jacobea. Diez días que, como descubriría más adelante, dan mucho de sí.

De nuevo, como hacía practicamente un año, me asaltaban algunas dudas sobre mi estado físico. Y es que esta vez mi preparación había sido un tanto menor y creo que mi grado de sedentarismo va creciendo año tras año. También me acechaban ciertos temores ante lo desconocido de la ruta, ya que el Camino Aragonés tiene fama de estar menos preparado en cuanto a servicios (albergues, restaurantes, farmacias...) que la auténtica autopista que es el camino francés. Si a eso le unimos la fama que tiene de camino solitario y las fechas, ya bien entrado el otoño, pues tenemos todos los alicientes necesarios para que la expectación fuera máxima.

Es cierto que esta segunda vez había algo diferente, y es precisamente eso, que no era la primera y que una parte de la magia y del miedo a lo desconocido estaba superada. También es verdad que en esta ocasión la motivación espiritual, o religiosa por llamarla de alguna manera, era menor; quizás más difusa; en todo caso diferente. Supongo que también hace mucho saber de antemano que tu camino tiene un principio y un fin acotado de alguna manera por las circustancias de tu vida, en este caso laborales, y no como en la anterior ocasión que sabía cuando iba a empezar, pero no tenía claro si llegaría hasta el final y no tenía problemas en terminar en 10 diás, en 20, en 30 o en 40.

Pero una de las cosas que aprendí en mi primer camino es que el Camino de cada uno tiene un principio y un fin, y este no es el que marcan las guías, los tratados, ni tan siquiera la tradición. Tu camino empieza y termina en el punto en el que tu eliges, o más bien en el que tus circustancias eligen, y para cada uno, como en la vida, hay un camino diferente.

Pues como iba diciendo (que ya he escrito unas cuantas lineas y todavía no he empezado a contar nada de la etapa cero), amaneció un bello día 16 de octubre de 2008 y, como un jueves más, yo me dirigí a primera hora de la mañana al trabajo. Evidentemente para mi no era un día más, ya que tras mi jornada laboral tenía por delante diez días de asueto que aprovecharía al máximo realizando el Camino de Santiago en su vertiente aragonesa.

Con el permiso de mi jefe, salí una hora antes de lo normal, lo que me permitió ir hasta mi casa, comer rápidamente la comida que mi buena madre me tenía preparada, coger mis bártulos preparados la noche anterior y dirigirme a la estación de Atocha para tomar el AVE de las 16:20 que me llevaría a Zaragoza.

Fue durante el trayecto en tren cuando me dió por pensar en las curiosidades que tiene la vida. Un indicador dentro del vagón marcaba que el tren llevaba una velocidad de 300 kilómetros por hora (hay que ver lo que corren estos trenes). A este ritmo, en algo más de una hora llegaría a Zaragoza, que se encuentra a unos 320 kilómetros de Madrid. "Y yo voy a tardar más de una semana en recorrer menos de 200 kilómetros..." Se me hacía raro pensarlo. Y más raro aún pensar que yo estaba en ese momento sentado tan tranquilo, viendo los arboles y las casas pasar a una velocidad de vértigo y que durante los días siguientes iba a necesitar más de una semana para recorrer menos distancia que la que estaba recorriendo en esa hora. Me dió por pensar que una etapa media del camino de unos 25/30 kilómetros eran unos 5 minutos sentado en ese tren. Vamos, que en el tiempo que yo estaba pensando todo eso ya me había hecho un par de etapitas tan tranquilo y sin moverme del sitio. Pero ¿Cuántos paisajes no había disfrutado? ¿Cuántos olores no había sentido? ¿Con cuántas personas había dejado de encontrarme? ¿Cuántas experiencias no había vivido? O lo que es lo mismo ¿cuántas cosas me había perdido por ir tan rápido?

Después de estas paranoias, llegué a Zaragoza, donde tenía que esperar más de dos horas para tomar el autobús que me llevara hasta Jaca. Di una vuelta por la mega estación de trenes y autobuses y me tomé un bocata de lomo con queso para amenizar la espera. Supongo que para muchos de los que allí estaban era curioso ver a un joven paseándose por la estación con una mochila al hombro y un bastón de peregrino haciendo tac, tac, tac al caminar.

Con un poco de retraso salimos de Zaragoza. Eran las 19:30 pasadas y ya había caído la noche.

Yo tenía una pequeña preocupación con este autobús, ya que había leído en algunos foros que solía tener retrasos, y como su hora de llegada a Jaca eran las 21:40 y el albergue de la localidad jacetana en el que pensaba pernoctar cerraba sus puertas a las 22:00 horas, iba un poco pillado de tiempo. Cuando ví que encima el motor hacía un ruido extraño y que parecía tener poca fuerza y poca velocidad en las cuestas debo decir que me preocupé un poco más. A eso de las 21:00 llamé al albergue para asegurarme de que la hospitalera me esperara si llegaba fuera de hora. Lo curioso es que tras la llamada me sentía aún más intranquilo, ya que aunque la responsable del albergue esa noche no me había dicho que no me fuera a esperar, tampoco me había asegurado que fuera a estar allí cuando yo llegara si lo hacía más tarde de la hora. Se limito a decirme:
"Date prisa" . Como si yo pudiera pisar el acelerador del autobús.

Llegamos a Jaca a las 22:00 horas justas. Salí de la estación corriendo en la dirección que me había indicado la hospitalera. Trate de buscar las marcas con las conchas en el suelo y al no conseguirlo pregunté a un treintañero por el albergue de peregrinos y no tenía ni idea. Más suerte tuve al preguntar a una pareja, que me indicaron amablemente que siguiera todo derecho por una calle y que en la cuarta bocacalle girara a la derecha y que por ahí estaba. Siguiente estas indicaciones enseguida me encontré las conchas metálicas en el suelo que me indicaban que iba por buen camino. Recordando el
"date prisa" corrí con mi mochila a la espalda y mi bordón en ristre por las calles de Jaca.

Pasé por delante del albergue, pero al no estar señalizado, no lo ví (iba un poco como loco) y me pasé unos cien metros. Salí a una calle más grande y al no ver más señales jacobeas decidí volver a llamar a la hospitalera para que me indicara. Eran las 22:05. Resulta que estaba solo a dos calles. Cuando me estaba acercando vi que una persona me hacía señas desde la puerta de un edificio. Al fin, entré en el albergue y pude respirar tranquilo. Me acogieron adecuadamente, gracias a Dios. La hospitalera me apuntó, charlamos un rato, pagué y se marchó. El albergue cierra a las 22:00 horas. A partir de esa hora se puede salir pero no entrar. Por la mañana se debe salir antes de las 9, aunque si sales un poco después no pasa nada, y ya no abre hasta las 16:00.

Me instalé en lo que me pareció un albergue bastante chulo, con dos habitaciones de unas 16 camas cada una distribuidas en dos plantas en las que no había literas. Todas las camas eran "bajas" y estaban en una especie de compartimentos de dos en dos.

Parecía que en el albergue no había mucha gente. Algunos ya dormían, y en la planta baja, donde había una especie de saloncito, había un grupito de jóvenes que me parecían catalanes que habían llegado la noche anterior a Jaca y que durante este día había hecho la primera etapa desde Somport, pero dejando las mochilas en el albergue, lo que hace estos primeros kilómetros de bajada bastante más llevaderos. Charlé un rato con ellos. Al día siguiente pensaban ir hasta Santa Cilia de Jaca, para al día siguiente, sin mochilas de nuevo, acercarse hasta el Monasterio de San Juan de la Peña, visitarlo tranquilamente y volver a Santa Cilia. Yo les pregunté por el camino que va directo desde Jaca a San Juan de la Peña pasando por el pueblo de Atarés. Me comentaron que la hospitalera les había aconsejado no seguirlo, ya que era bastante escarpado, algo duro y que terminaba convirtiéndose en una etapa muy pesada, ya que había que superar varios barrancos. Que la opción de hacer noche en Santa Cilia para luego visitarlo al día siguiente era más asequible. Que el camino de Atarés era más para montañeros más especializados o más y mejor preparados físicamente.

Yo pensaba seguir este camino, a pesar de su supuesta dureza, ya que no parecía que fueran muchos kilómetros desde Jaca hasta Santa Cruz de la Serós o incluso hasta Santa Cilia pasando por San Juan de la Peña. Pero el destino me llevaría a seguir los pasos de estos muchachos, lo que me permitiría conocer posteriormente a una gente maravillosa, un regalo del Camino para este pobre y humilde peregrino.

Pero antes de eso tenía que atravesar el Pirineo. Al día siguiente subiría en autobús hasta Canfranc, para desde allí tomar otro hasta la localidad francesa de Urdós desde donde comenzaría en esta ocasión mi peregrinación.

Me fui a dormir. Otra vez, después de casi un año volvía a meterme en mi saco de dormir en un albergue de peregrinos del Camino de Santiago.


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