15 abril 2008

Etapa 0: Madrid - Saint Jean Pied de Port


25 de octubre

El día 25 de octubre comenzó la aventura que me llevaría a recorrer a pie el Camino de Santiago desde Saint Jean Pied de Port en Francia hasta Finisterra, con escala obligada en Santiago de Compostela.

Todos mis primeros pasos habían sido preparados minuciosamente. Debía coger un avión con destino San Sebastián a las 7:50 en la terminal 4 del Aeropuerto de Madrid-Barajas. Desde el aeropuerto guipuzcoano en el que debía aterrizar a las 8:55 tomaría un autobús que me llevaría a Irún a las 9:20. Allí debía buscar una parada de Euskotren que me llevara hasta Hendaya, donde un tren partía a las 10:26 con destino Bayona, ciudad en la que tenía que hacer trasbordo para tomar a las 12:00 el tren que me transportase definitivamente a Saint Jean Pied de Port.

Y todo sucedió como estaba previsto. Tras un tranquilo vuelo en el que mis oídos sufrieron más de los normal debido a un proceso gripal que me estaba atacando por momentos, tomé todos los medios de transporte sin prácticamente ningún contratiempo para llegar a la ciudad medieval gala aproximadamente a las 13:30.

En la última correspondencia ferroviaria en Bayona tuve que esperar algo más de una hora en el vestíbulo de la estación. Me encontraba allí leyendo el "Marca" cuando alguien se me acercó por detrás y me comentó algo sobre la penúltima derrota del Valencia. Me giré y tras un breve intercambio de palabras el desconocido se sentó un poco más allá. Su acento me llevó a pensar que sería catalán y por su aspecto parecía ser un gran aficionado a la montaña.



A la hora prevista llegó el sucio y desvencijado tren que nos debía llevar hasta Sain Jean Pied de Port. Solamente tenía dos vagones. Los pasajeros que nos disponíamos a viajar en él podíamos ser contados con los dedos de las manos. Mi vagón estaba desierto, hasta que apareció un hombre bastante corpulento, con la piel algo morena y con la cabeza prácticamente rapada. Se sentó en la parte del vagón opuesta a la mía y se acomodó para echarse una cabezadita durante el trayecto. No se porque (quizás porque me encontraba en Francia), pero algo me hizo pensar erroneamente que era francés.



Al llegar a la estación de destino, que a su vez era el punto de partida de mi camino, me eché la mochila al hombro y me dirigí hacía el centro de la pequeña población pirenaica. Tras pasar su férrea muralla medieval, ascendí por una calle empedrada hacia donde suponía que estaba el albergue.



Era mi primer contacto con los albergues de peregrinos, y realmente no sabía como funcionaban. Había leído sobre el tema en la gran guía que me acompañó todo el camino, y en ella decía que era un refugio no muy grande en el que a veces era difícil encontrar plaza. Por suerte, eso no ocurría en octubre, época del año en la que por el camino encuentras la cantidad justa de peregrinos.



Para pernoctar en los albergues del camino, los peregrinos deben llevar una credencial, que yo había conseguido unos días antes en los locales de la Asociación de los Amigos del Camino de Santiago en Madrid. En ella se recogen los datos personales del peregrino y en cada lugar en el que pasa la noche, los hospitaleros (que así se hacen llamar quienes atienden los albergues) ponen el sello representativo de la población en la que se encuentra.



Como decía, llegué al albergue y me encontré con una pequeña dificultad que no había contemplado: no tenía ni idea de francés, y los hospitaleros del albergue, gente ya mayor, no parecían saber mucho ni de castellano ni de inglés. Por suerte, apareció el muchacho con el que había intercambiado unas palabras en la estación de Bayona y me echó un cable. Su nombre era Joan, y efectivamente, era catalán. En un momento nos juntamos en el pequeño salón un grupito de peregrinos que queríamos dormir esa noche allí. Tras dar nuestros datos y nuestras credenciales, nos condujeron a un edificio contiguo, que es donde se encontraban las habitaciones con literas.



Ese fue mi primer contacto con muchos peregrinos que luego me acompañarían durante varios días en mi caminar y con los que establecería unos lazos muy especiales. Por lo menos estaban allí Joan, Jorge, Lucca, Ingrid y Pablo, y seguro que alguno más que ahora no recuerdo. También durmió esa noche en Saint Joan un muchacho canario (o gallego) llamado Ero, pero en una casa particular, ya que cuando él llegó el albergue estaba lleno.



Durante el día, entablé relación especialmente con las dos personas en las que me había fijado durante el viaje: Joan, el "desconocido" de la estación de Bayona y Jorge, mi acompañante en el tren y que finalmente resultó ser un bravo argentino que acuñó como suya la frase "Yo llego". Con ellos comenzaría al día siguiente mi camino.




La lluvia nos acompañó durante la tarde y la noche de la "jornada 0", pero no impidió que visitará y recorriera algunos recovecos del punto de salida de mi recorrido jacobeo.
Saint Jean Pied de Port es un pueblo medieval, en el que un paseo por su casco antiguo te transporta inmediatamente a tiempos pretéritos. Está dominado por la Ciudadela, una fortaleza amurallada y es atravesado por la Rue de la Citadelle, la misma vía que los peregrinos recorrían a su paso por esta población. Comienza en lo alto del pueblo, en la Puerta de Saint Jacques y desde allí desciende hasta el Portal de España, punto de inicio de la ascensión a los Pirineos que tendríamos que afrontar al día siguiente.


Esa fue mi primera noche en el Camino. Nos acostamos temprano, ya que a la mañana siguiente debíamos abandonar el Albergue antes de las 8:00. Habíamos cenado unas pizzas que habíamos ido a buscar Joan, Jorge y yo a un pequeño puesto ambulante que localizamos a las afueras del pueblo. Las llevamos al albergue y las compartimos con el resto de peregrinos que allí se encontraban preparando su cena. La mayor parte venían por el camino francés y ya llevaban en sus botas cientos de kilómetros de dura marcha.



Ese primer día ya empecé a notar ese espíritu especial que marca a los peregrinos, ese aura de compañerismo que rodea a los que se embarcan en esta particular aventura y que es capaz de transformar a dos extraños en grandes amigos en solo unos días de convivencia.




No pasé una buena noche, y es que en los días previos al viaje me había acatarrado. Las primeras noches se me congestionaba mucho la nariz, no paraba de moquear y sudaba y sudaba. A eso de las 12 (nos acostamos sobre las 9) unas enormes ganas de ir al baño me despertaron. Intenté bajar de mi litera sin hacer mucho ruido, lo que no impidió que el compañero que dormía a mi lado se despertará sobresaltado. Tras hacerle ver que era yo, otro peregrino, quien le había despertado, me dirigí raudo al baño. ¡Horror! Llegué a tiempo de ver como una francesa entraba en él y se tomaba el tema de lavarse los dientes con calma, y no hacía ni caso a mis suplicas por mi urgencia (quizás no me entendía). Corrí al piso de arriba, donde creía recordar que había otro baño. Justo salía alguien de él, por lo que finalmente pude evacuar mi vejiga.



Regresé a mi litera tratando de no despertar a nadie, me metí en el saco lo mas sigilosamente que pude, y entre mocos y sudores, traté de dormir para afrontar al día siguiente la primera etapa y quizás la más dura de las 35 que conformaron mi Camino de Santiago.


No hay comentarios: