09 noviembre 2007

Un día en Castrojeriz

Hoy, día decimoquinto de mi peregrinación, he decidido tomarme un descanso en Castrojeriz para reponer fuerzas y tratar de paliar los pequeños dolores que me van haciendo el diario caminar más duro. El camino me está enseñando muchas cosas todos los días. Es increible la cantidad de sensaciones, sentimientos y vivencias que me han acontecido desde que abandoné Madrid hace ya más de dos semanas. Santiago está allí, en el horizonte, como Meta (y Fisterra un poco más allá), pero lo más importante no es llegar. Lo importante acontece en el camino, en las gentes conocidas, en los recodos descubiertos, en los pueblos y ciudades recorridos, en la interiorización que suscita la soledad, en los albergues y hospitaleros que te acogen al final de la dura jornada...


En los albergues encuentras de todo, pero llaman mucho la atención aquellos que huyen de los nuevos tiempos y que tratan de mantener la antigua hospitalidad, el viejo sentimiento del camino. En algunos, incluso te ofrecen la cena que es preparada entre todos los peregrinos y te invitan a un momento de oración y reflexión en el que todos los peregrinos se hacen uno y los deseos inquietudes e intenciones de unos y otros se comparten de una manera verdaderamente auténtica. Todo lo que piden en estos casi santos lugares es que colabores con lo que buenamente puedas aportar en forma de donativo, de manera que el refugio pueda mantenerse y dar cobijo a otros peregrinos que, como tú, se encuentran inmersos en un viaje interior en busca de su propio yo. Hay que vivirlo.

En uno de estos albergues varias frases decoraban el pasillo junto a bellas imágenes y escenarios espectaculares:

"No camines delante de mi; no puedo seguirte.
No camines detrás de mi; no puedo ser tu guía.
Camina a mi lado y seré tu amigo."

"Si juzgas a la gente no tienes tiempo para amarla."

"La amistad que puede concluir nunca fue verdadera."