24 abril 2008

Etapa 1: Saint Jean Pied de Port - Roncesvalles


26 de octubre de 2007

24,9 Km Casi 8 horas

Todavía era de noche cuando la vida tomaba el albergue de peregrinos de S. Jean Pied de Port. El reloj marcaba las 7 de la mañana y los hospitaleros tenían ya todo listo para ofrecernos el desayuno que nos permitiría afrontar la dura jornada que teníamos por delante.

Unos minutos antes de las 8, cuando las primeras luces asomaban por el montañoso horizonte, abandonamos el albergue descendiendo por la Rue de la Citadelle. Mis compañeros en este duro inicio de camino eran Joan, el joven de Palamós, y Jorge, argentino del Mar de la Plata que se encontraba instalado en esos tiempos en Palma de Mallorca.

Fuimos de los primeros en comenzar la marcha. Lo primero que teníamos que decidir era cual de las dos opciones que hay para llegar a Roncesvalles
tomábamos. La más auténtica (conocida como la Ruta de Napoleón) atravesaba el Pirineo por los Puertos de Ciza y no era recomendable en días de malas condiciones climatológicas. La segunda era algo más cómoda, por el puerto de Valcarlos. El camino iba junto a la carretera, era más sencillo de seguir y se subía a una cota más baja que por la otra.

A pesar de que el día estaba algo nublado y de que nos habían recomendado no usar la primera opción porque nos encontrábamos en temporada de caza y podíamos "molestar" a los cazadores, todos los peregrinos elegimos esta al ser la más tradicional y la que ofrecía vistas más espectaculares.

Las sensaciones en esos primeros momentos eran indescriptibles. Me sentía un privilegiado al poder embarcarme en esta aventura, y a la vez me encontraba expectante ante la respuesta que daría ante semejante reto tanto física como psiquicamente. Después de tanto esperarlo ya estaba allí. Estaba comenzando a recorrer el Camino de Santiago. La emoción se iba apoderando poco a poco de mi.

Debo decir en este momento el Camino de Santiago se encuentra señalizado, sobre todo en la parte que transcurre por España por múltiples flechas amarillas que evitan a los peregrinos perderse por los senderos. Estas marcas son muy útiles, y más en lugares como Galicia donde las encrucijadas se cuentan por miles.
En esta primera etapa no vimos muchas, pero si las suficientes para seguir el camino sin problemas. En ocasiones también puedes encontrar piedras, mojones o hitos que te aseguran el caminar por la senda correcta.

Nuestros primeros pasos fueron por el asfalto de las pistas de cazadores que iban ascendiendo poco a poco entre verdes prados. Pronto empezaron los sudores, y a pesar del frío de octubre empezaba a sobrar el abrigo. Algunos de los peregrinos que ya llevaban varios días en marcha nos pasaban ya que seguían un ritmo más alto. Al ser nuestro primer día no queríamos cebarnos y la idea era castigar lo menos posible nuestras piernas y nuestro cuerpo en esta primera etapa, aunque los 25 kilómetros de la misma y el el desnivel de más de 1200 metros que teníamos que salvar nos ponían la cosa un poquito complicada.


Al recorrer unos 5 kilómetros, a la altura de Honto, con la llegada de la primera gran rampa comenzaron nuestros sufrimientos, que continuaron al subir por un pequeño atajo que nos evitaba un largo tramo de carretera y que nos condujo finalmente al Albergue Orisson, donde realizamos nuestra primera parada para tomar algo de aliento, comer algo de chocolate y llenar la cantimplora en una fuente.

La marcha continuaba por el asfalto y continuaba en ascenso hasta llegar a un collado donde había una espesa niebla. Al fondo se intuía una virgen en unas peñas. La pendiente se atenuaba en esta zona bastante.
La niebla nos acompañaba intermitentemente. En cierto punto descubrimos en el arcén de la carretera restos de lana que continuaban ladera abajo. Un poco más abajo podían verse los restos del animal del que provenían y que aparentemente había rodado ya cadáver por el pequeño terraplén.

Unos kilómetros más adelante abandonamos al fin la carretera al llegar ante una gran cruz de piedra. En este punto recuerdo que la niebla era tan espesa que aunque mi ritmo era ligeramente superior a mis acompañantes, la prudencia me hizo esperarles y afrontar esa parte en su compañía. Había escuchado muchas cosas sobre el peligro de extraviarte por esos caminos, y como nos contarían más tarde en Roncesvalles, varios peregrinos habían perdido la vida en los últimos años en ese tramo por culpa de la
niebla, el agua, la ventisca o la nieve.

Seguir el camino no era muy complicado si uno iba atento, por lo que enseguida salimos de ese banco de niebla tan espeso y en algo más de una hora llegamos hasta el Collado Bentartea, punto donde el camino entra en España. Allí, un hito nos anuncia que nos encontramos a 765 kilómetros de Santiago de Compostela. Este tipo de hitos, carteles o anuncios que tratan de informarte de la distancia que aún te separa de Santiago proliferan por todo el Camino y sorprendentemente ofrecen datos bastante imprecisos o cuando menos, contradictorios. Pero bueno, no me voy a poner ahora a criticar estos pequeños signos que, como muchos más a lo largo y ancho del camino, te recuerdan que estás caminando por donde muchos otros ya pasaron, y por donde muchos más pasarán.


Tras refrescarnos en una fuente en recuerdo del caballero franco del ejercito de Carlomagno que dio nombre a la Chanson de Roland, célebre cantar de gesta, entramos en España y rodeados por preciosos hayedos recorrimos los últimos kilómetros de ascensión de la jornada hasta llegar al collado Lepoeder. Allí paramos Joan y yo a esperar a Jorge, a quien se le estaban atravesando las últimas rampas. Mientras esperábamos resguardados del viento entre las rocas vimos pasar a un peregrino, un joven alto y delgado con el que días después compartiría horas y horas caminando. Su nombre era Ero.

Cuando llegó Jorge y hubimos descansado lo suficiente, afrontamos la última parte de la etapa. Ya solo nos quedaban unos 4 kilómetros de descenso hasta Roncesvalles. Fue durante ese descenso cuando empecé a sentir unos fuertes dolores en las plantas de los pies. Estos dolores me castigarían duramente durante mi primera semana.

Descendimos hasta el puerto de Ibañeta, donde se encuentra la Ermita de San Salvador, por
atajos que evitaban la pista asfaltada y pronto contemplamos al fondo la Colegiata de Roncesvalles. El llegar hasta tan mágico lugar es ya de por sí una bendición, pero si a eso le unimos más de 8 horas de fatigosa marcha, el momento pasa a ser inolvidable. Disfruté a solas ese pequeño momento ya que mis compañeros de marcha habían quedado un pelín rezagados. Momentos después me puse a buscar el Albergue de Peregrinos, cosa no muy difícil, ya que el pueblo esta formado por la Colegiata que abarca varios edificios, por un par de hoteles-restaurantes y poco más. Dentro de ese poco más está el Refugio "Itzandegia", antiguo hospital de peregrinos ubicado en una antigua edificación del siglo XII.

Justo a mi llegada, a las 16;00, abría el Centro de Atención al Peregrino, donde te acogen y te dan tu plaza en el albergue. Fue todo un alivio descargar la espalda de los más de 10 kilos que debía pesar mi mochila y poder descalzarme y sentir como mis doloridos pies tomaban aire, así como tomar una ducha de agua caliente. Estos y otros pequeños gestos cotidianos se acabaron convirtiendo con el paso de los días en momentos de triunfo, recompensas por el esfuerzo realizado y precursores del merecido descanso.

Tras la ducha y un pequeño descanso fuimos a tomar algo caliente que nos quitara la sensación gélida que nos ofrecía el viento pirenaico.
Caía la noche y y con ella la temperatura. Mi garganta no atravesaba uno de sus mejores momentos y agradecí enormemente poder calmarla con 2 benditos vasos de leche con miel. Reservamos para cenar en uno de los restaurantes a las 21:00, después de la Misa que se oficiaba en la Colegiata a las 20:00 y en la que tenía lugar la Bendición del Peregrino.

Así pues, tras hacer algo de tiempo (véase descansando), nos dirigimos a la Iglesia para escuchar la Misa. Supongo que para muchos de los que hacen el Camino de Santiago el aspecto religioso no es una de las cosas que más les motivan a la hora de iniciarlo. También creo que a medida que te sumerges en él, te vas impregnando de sus valores, de su historia, de su espiritualidad, y aunque no te identifiques con ninguna confesión o credo, aprendes y creces interiormente en
aspectos que hasta entonces para ti eran desconocidos.

Yo, que me considero cristiano, creyente y practicante, con todo lo que eso conlleva, puedo decir que las experiencias que me ha aportado cada uno de los momentos vividos durante el camino no han hecho sino fortalecer mi fe y descubrir a Dios más y más en las personas, en la naturaleza, en el mundo... y sobre todo, en mi interior.

Y fue en esa pequeña iglesia de un pueblo perdido del Pirineo donde comencé a sentir que aquello en lo que me había embarcado era algo muy grande que podía transformarme y enseñarme muchísimas cosas.

Durante la bendición, que se realiza al final de la Misa, el sacerdote que oficia la Misa llama a todos los peregrinos ante el altar por su nombre
y proclama unas bellas palabras de ánimo.

Es un momento verdaderamente especial ya que, como decía, te sientes como parte de algo que se lleva realizando desde hace muchos cientos de años y que para cada uno que lo realiza es diferente. Cada cual debe seguir su camino.

Tras la Misa, fuimos a comernos un puré de verduras que me supo a gloria y de segundo nos dieron a elegir entre trucha y trucha, la especialidad de la zona. Todo muy rico. Nos fuimos al monumental albergue. Antes de que apagaran las luces y de sumirnos en el descanso reparador, conocimos a un joven gallego algo peculiar. Decía venir de vuelta desde Compostela por tercera o cuarta vez, y que ahora dirigía sus pasos hacia el Santuario de Lourdes. Nos interrogó sobre nuestro conocimiento de este camino, que era nulo,
para después pedirnos así, en plan colegas, unos "porrillos". Nuestra cara en ese momento debió ser un poema. Le contestamos que no, que ninguno fumábamos, a lo que nos dijo: "Sí, sí, que yo se que los peregrinos fuman porrillos. Seguro que alguno lleva...". Luego creo que también estuvo un buen rato buscando alguien que le prestara un mechero... . Era un personaje singular, de los muchos que pueblan el camino, y que seguro está acostumbrado a tratar con peregrinos más "veraniegos", donde es más fácil encontrar grupos de jóvenes que se toman el camino como un acampedo, unos días de buen rollito y naturaleza (y bien que hacen, oye). Pero en las fechas en las que nos encontrábamos, la mayor parte de los peregrinos ibamos con otra mentalidad y quizás con otros hábitos, no mejores, sino más saludables, aunque supongo que alguno encontraría que le suministrara el material que andaba buscando.

Esa tarde también llegó acompañado por su familia un muchacho de Vigo con el que más adelante viviría grandes momentos. Él durmió allí, con nosotros, en el refugio, pero en esos momentos era solo un peregrino más que al día siguiente iba a comenzar su Camino.

Con mucho cansancio y algo de frío, me metí al saco de dormir a eso de las 22:00. Había superado la primera etapa y me sentía muy bien. ¿Qué nos depararía la segunda etapa? 



Más fotos de esta jornada:


Rastros y restos de un pobre animalito esparcidos colina abajo-----Vistas de los Pirineos entre la niebla

Al fondo se intuye una Virgen, y aquí se ve a Joan y a Jorge--------Yo y mi macuto en una señal del Camino

Jorge ya está en España, yo sigo en Francia---¿¿¿¿Cuánto queda????---Estampa otoñal de los bellos hayedos


                                     - Continúa caminando en la etapa 2 -



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Miguel (Vigo):
Ese día, 26 de Octubre, también empezaron el Camino desde Saint Jean Pied de Port, dos italianos muy entrañables, Eugenio y Giussepe. Los conoceríamos todos días mas tarde. La "aventura" que les aconteció es digna de recordar.
Llegaron a Saint Jean a las 13 horas, y como era "temprano", empezaron la etapa hasta Roncesvalles. A eso de las 18 horas, exhautos por la subida, frío, y sumidos en una espesa niebla, se echaron a descansar en el prado colindante al Camino. Tal era la desesperación de Giussepe, que exclamó mirando al cielo (no sé las palabras exactas, ni estoy para recordarlo): "Dios mío, si tengo que morir, que así sea". Ese cansancio les hizo entrar en un profundo sueño. Gracias a Dios, o al apostol Santiago, a la 1 de la madrugada de esa fría noche, se tropezó con ellos un médico rural, que estaría de regreso de alguna emergencia. "Esta", si que era una emergencia. Ese médico les dió cobijo en su casa, donde durmieron esa noche.
Yo los conocí en la etapa de Puente la Reina-Estella. Se me ponen los pelos de punta recordando como nos contaba Giussepe a Joan y a mí esta historia. Se le humedecían los ojos contándolo. Lo que no sabe, es lo que realmente me transmitió, la fuerte espiritualidad que tiene este hombre.
Gracias Miguel, por teneer este blog en internet, y poder compartir estos pensamientos. Un fuerte abrazo y sincerametne "buen camino".

Fuensanta Meseguer dijo...

Hola Miguel, pues muchas gracias por hacer este diario del Camino. Anoche me acosté a las tantas mil leyéndote. Soy de Murcia y empiezo el Camino el 13 de Junio y me ha ayudado un montón la información de como llegar a St. Jean. Quitaron el tren nocturno de Madrid a Irún en Enero 2008 y me quedé un poco descolgada. Iré en un autobús nocturno de Alicante a Irún y luego lo mismo que tu.
Tengo una ilusión enorme por que es la segunda vez que lo intento. La primera (hace 4 años)me rompí un pié un día antes de la salida y no pude salir. Me costó superar la frustración pero claramente no sería el momento.
Espero que este sí sea el tiempo favorable y que pueda encontrar el sentido del Camino tanto como tú.
Te seguiré leyendo, me encanta como lo describes todo. Quizás deberías escribir mas cosillas en plan profesional.
Buen camino Miguel, sigue escribiendo.

Fuensanta

Unknown dijo...

hola Miguel, soy Ero.
Hoy me pregunte que sería de la gente del camino y entre en el blog. Que bueno lo del diario, estoy esperando el próximo capítulo.
me acuerdo de la bajada a roncesvalles y estabas con joan descansando. En roncesvalles me acuerdo de cenar con un frances de padre de nosedonde y madre de otro lado, mestizo total, y con uno de nueva zelanda, que decía joan que subiendo iba como una moto, después me lo encontre en ponferrada y en villafranca del bierzo en el refujio de la familia jato.
bueno espero que te vaya todo bien, y no tardes mucho en el próximo capítulo.
y por si lee el comentario, un saludo al otro miguel(el de vigo)

saludos y buen camino

Pablo Lopez de Leon dijo...

Hola Miguel

Soy Juan Pablo. Me encanta leer tu pagina, ya no solo este diario sino tambien la presentacion que hiciste nada mas llegar de Fisterra. No se ya a cuantos amigos mios se la he enseñado. Como dice aqui un comentario, deberias dedicarte a escribir, pues estoy plenamente de acuerdo que se te da muy bien.
Espero leer mas articulos tuyos. Para todos aquellos que quieran leer mis experiencias y de paso practicar algo de aleman, he aqui mi blog: pablolaeuftnachsantiago.blogspot.com

Un saludo a todos los lectores de esta maravillosa pagina.
(Juan) Pablo

Martha Icaza dijo...

Hola Miguel, gracias por tu página, pues hace años que deseo hacer este camino y siempre pensé iniciar en el camino frances, tu experiecia y la forma como la relatas anima y prepara...

No tengo las mejores condiciones, por ello quizas me tome mas tiempo, pero igual voy, por que no es lo rápido que se haga, es caminarla y disfurtar la caminata, conocer los lugares la gente y más adelante poder regresar!!!

Un abrazo y gracias!