19 marzo 2014

El Camino Lebaniego. Etapa 4: Comillas - San Vicente de la Barquera

Miércoles, 11 de septiembre de 2013

 13 km 5 horas (3 h. caminando; 2 h. en la playa)

Amanece en el Albergue la Peña
No son aún las 7:30 cuando ya me encuentro recogiendo mis cosas y haciendo nuevamente la mochila. He descansado muy bien y parece que el nuevo día se presenta algo más despejado que ayer (cosa fácil).

Pasadas las 8 salgo del albergue dirigiéndome al centro del pueblo a desayunar nuevamente un chocolate con churros: energía pura para el peregrino. Cuando termino el desayuno me encuentro con Anne y Yun, las alemanas, que salen ahora del albergue y están llegando al centro de Comillas. Las saludo y comienzo a caminar dejándolas atrás.

Ría de La Rabia
Es una papelera 
Vuelvo a recorrer el mismo camino que ayer hasta las playas de Oyambre. Paso nuevamente junto al palacio de Sobrellano y el Capricho de Gaudí, llegando hasta Rubárcena y La Rabia. Nuevamente dejo a mi izquierda el desvío del camino que continúa con sus flechas amarillas por senderos por el interior y, tras cruzar la Ría Capitán, tomo la carreterilla a la derecha que me conduce a la playa.

Marismas de Oyambre
Alguien se hundió
El sol comienza a brillar con fuerza en el cielo y la temperatura es muy agradable. Cuando llego a la playa son apenas las 10 de la mañana. Decido aprovechar el momento de buen tiempo, me pongo el bañador y me relajo tumbado en la arena, dejando que los rayos de sol acaricien mi piel. Me doy nuevamente un paseo por la playa, aprovechando para hacer unas fotos. Desde la playa se ve claramente como por el mar se acerca un nuevo frente nuboso que presagia lluvia para las próximas horas.

Mis pertenencias sobre la arena
Llegan las nubes
Junto a Anne y Yun
Así pues, a pesar de ser algo temprano, decido darme un último baño en el cantábrico, que sirva de despedida de estás magníficas playas. En ese momento llegan Anne y Yun, y también se lanzan al mar de cabeza. Al salir aprovechamos los últimos rayos de sol de la jornada para secarnos. Es una gozada esto de caminar y simultáneamente poder disfrutar de la playa. Seguro que los próximos días echaré de menos estos bañitos relajantes.

Después de secarnos tomamos un piscolabis y asistimos a la llegada del frente. El cielo se ha cubierto de nubes negras, por lo que levantamos el campamento y reanudamos la marcha.

Para llegar a San Vicente de la Barquera hay que seguir la carretera comarcal CA-236 que desde esta playa dispone de un carril adicional solo para transeúntes pintado en verde y que transcurre paralelo a la carretera.

Vengo de la playa de Oyambre
Voy hacia los Picos de Europa
Al salir de la playa mi atuendo peregrino es cuanto menos curioso, con el bañador de rayas blanco y azul, las botas de montaña, la mochila y la capa de agua colgando de la mochila y preparada ante la previsible lluvia que está por venir.

Caminando hacía la playa
Quedan 20 minutos para que den las doce cuando salimos de la playa y volvemos al camino. Como voy parando a tirar fotos, Anne y Yun me adelantan y caminan unos metros delante de mi. La carretera sube una cuesta salvando el cabo de Oyambre que queda a la derecha y llegando a un grupo de casas que también reciben el mismo nombre que la playa. Comienzo el descenso hasta la gran playa que llega hasta la Ría de San Vicente de la Barquera. El extenso arenal de casi 4 kilómetros de longitud que ahora queda a la vista está dividido en varias partes que quedan unidas cuando la marea está baja.

Playa de El Merón
La carretera desciende y conduce hasta el acceso a la playa de El Cabo-Guerra. Aquí dejamos la carretera y continuamos la etapa caminando junto al mar por la fina arena de la playa, que en unos metros pasa a denominarse de El Merón.

Peregrino con pintas en la playa
Comienza a lloviznar, por lo que aprieto un poco el paso. En el último tramo la playa se denomina El Rosal. Cuando llego a la altura de un camping abandono la playa y continúo por un camino que me lleva junto a la ría hasta el Puente de La Maza, extraordinario puente de origen medieval que salva la ría con sus más de 500 metros de longitud, y conduce hasta la localidad en la que hoy finalizo la etapa.

La playa con la marea baja
Desde este punto se observa una gran panorámica de la villa de San Vicente de la Barquera con el puerto pesquero en primer término, coronada por el Castillo y la Iglesia de Santa María de Los Ángeles y con los Picos de Europa luchando por salir de las nubes al fondo.

Anne y Yun caminando por la playa
Pasan quince minutos de la una cuando cruzamos el Puente de La Maza y al llegar a una pequeña rotonda que da acceso al municipio tomamos el camino de las Calzadas que,  de frente y luego un poco a la derecha, continúa en ascenso hacia la zona alta, lugar donde se encuentra el albergue de peregrinos El Galeón.

Las nubes sobre las montañas
Después de subir una empinada cuesta llegamos a la Calle Alta. Giramos a la izquierda y nos dirigimos hacía la Iglesia de Santa Maria de los Ángeles, que luce en lo alto de la localidad. Un poco antes de llegar a ella, en los sótanos de un edificio de piedra de los padres claretianos, está el albergue.

Bellas vistas del entorno
Llego a las 13:30 mientras una fina lluvia comienza a hacerse notar. Una nota en la puerta anuncia que su apertura es a las 14:00. Aunque no hay ningún sitio donde guarecerse, como no llueve mucho, decido esperar allí. También llegan Anne y Yun, y cuatro o cinco peregrinos extranjeros más, entre ellos Enrico, el simpático polaco que conocí el día anterior en Comillas.

El Puente de la Maza
Cuando comienza a arreciar la lluvia aparecen dos mujeres con un bebe en un carrito. Abren la puerta del albergue, pero nos deniegan el paso. Nos dicen que el albergue no abre hasta las 14:30, que tienen "mucho que hacer y que buf!, que follón…" . Los extranjeros lo flipan en colores, ya que se estaban mojando y en cuanto aparecen las mujeres creen que van a poder resguardase de la lluvia. Cuando les cierran la puerta en las narices se quedan a cuadros. Alguno hasta se había metido en la entradilla del albergue (que es un garaje) y les tienen que decir que se salgan. Como no entienden nada, les explico lo que me han dicho (soy el único castellanoparlante). Evidentemente se mosquean un poquito. Si ponen un cartel con un horario que menos respetarlo... .

Cruzando el Puente de la Maza
Yo respiro hondo, pienso en aquello de que “el peregrino no exige, agradece”, y para evitar calarme mientras espero decido ir a la zona baja del pueblo a comer. Como ya llueve mucho, me pongo la capa para protegerme del agua. Una vez abajo escojo un pequeño restaurante que hay en una placita con un menú a 10 €.

Después de una agradable comida y con el ánimo ya más templado vuelvo a subir hasta el albergue. Antes de nada debo decir que ya había leído en foros de internet que el trato en este albergue era singular. No estoy diciendo que sea ni bueno ni malo, ni mejor ni peor, pero si diferente a otros. No me gusta guiarme por las opiniones de personas que no conozco y que muchas veces vuelcan en internet sus frustraciones y malas experiencias que son fruto de circunstancias que el lector ocasional desconoce. Aunque cueste, no me gusta prejuzgar y más bien tomo esos comentarios como una llamada a moverme con cautela.

Albergue de peregrinos El Galeón
Pero es cierto que cuando llego por segunda vez a la puerta del albergue vivo situaciones cuanto menos curiosas que no recuerdo haber visto antes en el camino.

Hay gente esperando para que les registren, labor que lleva a cabo una anciana mujer llamada Sofía que lo hace a su ritmo. Sinceramente, en estas situaciones las prisas están de más, pero siempre hay gente que se desespera. La buena mujer pide el DNI y le cuesta leer y anotar los datos, lo que hace que cada registro tarde unos cinco minutos. Luego esta el tema del precio. Te dicen que son 13 euros y que van incluidos el desayuno y la cena. Alguien pregunta a la hospitalera cuanto cuesta sin cena y en principio le da largas, le dice que no sabe y finalmente pregunta a la mujer joven que está fregando y lavando cacharros que al parecer es su hija. Esta contesta un poco malhumorada que 10 €, pero que lo suyo, lo auténtico para los peregrinos, es hacer cena comunitaria y tal y así lo comenta con otra mujer de mediana edad que es la que te acompaña y te asigna habitación y cama una vez registrado.

Esperando a que abra el albergue
Alguno a quien antes no han dado opción a no coger cena pide que le devuelvan la parte correspondiente a la cena y se crea una situación un poco tensa. Un muchacho que está delante de mi se está poniendo nervioso porque dice que lleva allí media hora, que está cogiendo frío y que no se avanza. Mientras un perrillo va y viene por el albergue y saluda moviendo el rabo a los recién llegados. No ayudan mucho a mejorar los ánimos un par de señores que no hacen más que quejarse murmurando por bajo por todo y que cuando son atendidos incluso llegan a increpar a la anciana por su lentitud. Que no digo yo que uno no pueda pedir o esperar un trato más cordial, pero la actitud de estos dos ¿peregrinos? durante toda su estancia en el albergue fue bastante agria y borde. Se monto una pequeña discusión cuando apremiaron a la anciana y la hija evidentemente la defiende y tacha a los dos “amargados” de maleducados.
Iglesia de Sta. Mª de los Ángeles

Una cosa no quita la otra. La atención que ofrecen en un albergue puede no ser como tú te esperas, pero eso no te da derecho a exigir ni mucho menos a insultar, aunque lo que exijas te parezca lo más básico. A pesar de la espera, para mi gusto el trato con la gente del albergue fue correcto. También es verdad que en muchos casos uno puede intuir que detrás de un supuesto espíritu peregrino que se exige a los demás pero que no se aplica a uno mismo se esconde la ambición de hacer dinero a costa de una falsa hospitalidad altruista.

Vistas desde el albergue
No digo que este sea el caso, aunque es cierto que hablando horas después con Luís, el responsable del albergue, se jactaba de no haber sacado ningún beneficio económico por su labor y decía sentirse defraudado por los peregrinos de hoy. Me pareció que ya no sentía ese espíritu jacobeo del que tanto hablaba mientras presumía de su “auténtica” peregrinación años atrás en la que, según sus propias palabras, dejó huella en el camino en tantas personas por su generosidad y altruismo que cuando llego a la catedral de Santiago le reconocían con su gran cayado y se le acercaban dándole las gracias y saludándolo como a un obispo.

Sta. Mª de los Ángeles desde abajo
No seré yo quien juzgue la labor de una gente que dedica parte de su vida a la atención a los demás, algo que ya de por sí es de alabar. Atender en un albergue a decenas de peregrinos que en muchos casos van a lo suyo y a veces son como el caballo de Atila debe ser agotador. Si sus maneras y sus ganas han mermado con el paso del tiempo quizás necesiten un descanso o simplemente pueden tener mejores y peores días, como todo el mundo. Por otro lado, debo decir que luego me echarán una mano aconsejándome sobre la próxima etapa y proporcionándome teléfonos que me serán muy útiles.

Como iba diciendo, me instalo finalmente en el albergue. Me toca en una litera de arriba. Las literas están puestas en bloques de dos en dos de manera que cuatro camas confluyen en un pequeño hueco en el que dejar todas las pertenencias. Debajo de mi dormirán los dos peregrinos poco amables. Charlo un rato con ellos y confirmo mi impresión. Parece que peregrinan malhumorados y amargados, cosa que no puedo entender. Supongo que sus motivos tendrán y espero por su bien que se les pase pronto. Por el contrario, en las literas frente a mi hay un  par de parejas de andaluces muy salados que ponen la nota de humor a la habitación y contagian con su gracia a los demás (excepto a mis “amigos” de las literas de abajo).

El castillo (foto del verano pasado)
Me ducho y decido dar un paseo por el pueblo. Ha parado de llover. Subo hasta la zona de la iglesia y contemplo las magníficas vistas que desde allí se tienen de las rías y de los montes que rodean la zona. Doy un paseo y vuelvo hasta el albergue. Allí coincido con Anne y nos vamos juntos a ver el Castillo. Ya entré en él en verano, pero decido volver a pagar la simbólica entrada para deleitarme con las vistas que se otean desde lo alto, con la ría, el puente de la Maza, el puerto y la inmensidad del Mar Cantábrico.

De vuelta otra vez al albergue recogemos a Yun, la compañera de Anne y bajamos a hacer algo de compra. Al día siguiente comenzaré el Camino Lebaniego propiamente dicho. Será una ruta solitaria en la que encontraré pocos lugares donde avituallarme. De hecho, el primer albergue se encuentra en Lafuente de Lamasón, donde no hay ningún comercio, ni bar, ni restaurante. Así pues, compro un sobre de pasta a la carbonara precocinada para la cena de mañana y alguna cosilla más.

Atardece en la ría
Ya en el albergue, pregunto a la hospitalera (la hija) por el albergue de Lamasón. Me dice que está abierto y que lo lleva una persona diferente de la que dice la guía que yo manejo (de 2011). También me aconseja parar en un restaurante de Quintanilla de Lamasón, a unos 3 kilómetros del final de la etapa, donde podré comer desviándome unos metros del camino. Para ello es mejor llamar y avisar de mi llegada. Llamo y "reservo" en el Restaurante Casa Miguel con el teléfono que ella me facilita. De esta manera ya tengo cubiertas mis necesidades gastronómicas de mañana. ¡Un punto positivo para los responsables del albergue!

Vista desde el castillo (foto del verano pasado)
A las 19:30 estamos llamados a cenar. Se pide colaboración para poner la mesa. Somos al menos unos 30 peregrinos y nos sentamos en tres mesas grandes. Yo comparto “mantel” con dos simpáticas muchachas de Castellón, otra de Madrid que retoma hoy el Camino que hace unos meses dejó en stand-by,  un adolescente francés acompañado por el que parecía ser su hermano, pero que luego descubrimos que era su “acompañante” ya que era menor de edad y necesitaba ir tutelado, y por Anne y Yun entre otros…


Cenando en el albergue
Cenamos ensalada de primero, pasta con tomate de segundo y un yogurt de postre, todo aliñado con una conversación peregrina sobre el camino y las diferentes aventuras de cada uno. Recogemos la mesa y ayudamos a limpiar los cacharros, para lo cual también se pide la colaboración del peregrino. A mi personalmente siempre me ha parecido correcto y justo colaborar y echar una mano en lo que se pueda en los albergues, y si cada uno ponemos un poquito de nuestra parte no supone para nada un esfuerzo. En este caso, con las situaciones de tensión vividas durante la tarde hay a quien no le hace ninguna gracia ayudar y se vuelve a crear ese extraño clima desagradable tan poco habitual en un albergue del camino (por lo menos en los que yo he estado). Es verdad que la manera de pedir colaboración hace que esta no sea espontánea, sino impuesta, y eso hay a quien no sienta bien.

Más vistas desde el castillo (foto del verano pasado)
Después de la cena, llevo a Anne y Yun a probar los helados Regma. Ni que decir tiene que les encantan. Nos vamos a dar un paseo por el puerto cuando de pronto mis dos compañeras peregrinas se encuentran con un muchacho con el cabello largo y aspecto un tanto hippie al que conocieron en un albergue un par de días atrás. Está caminando ahora de vuelta hacía su casa. Él no es peregrino, sino que está viendo un poco como es eso de caminar, y dice que le gusta más caminar de noche. Es un tanto extravagante y raro. Parte hacia Comillas, a pesar de que son más de las diez y es ya de noche. Nosotros nos volvemos al albergue, que se supone que sobre las 22:30 cierran la puerta exterior.

Playa de Oyambre con las nubes acechando
Atando cabos, me doy cuenta que acabo de conocer al muchacho cuya carta traduje a la peregrina suiza Tamara hace un par de días. Así pues, debe ser el hijo de los hospitaleros del albergue de Bezana y supongo que se habrá puesto a andar a ver si se encontraba con la muchacha. ¡Qué curiosa coincidencia!

Una vez en el albergue permanezco en la puerta un rato charlando amistosamente con otros peregrinos. Entre ellos está Enrico, el polaco, que da muestras de su afición por la cerveza y el vino. Hace una noche muy agradable y es un momento clásico de compartir experiencias y anécdotas peregrinas. 

Al rato me voy a acostar, no sin antes tener que escuchar las quejas de mis vecinos de las literas de abajo por el ruido, la luz o que se yo cuantas cosas más.

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