27 enero 2007

En el metro

Hay veces en las que uno vive momentos "raros, raros, raros" que diría el tristemente desaparecido "Papuchi". Uno de esas situaciones me sucedió ayer en el metro, cuando un desconocido, un señor en edad cercana a la jubilación, se sentó con dificultad a mi siniestra, atravesando una mano por lo que podemos llamar mi espacio vital para agarrarse a una barra y de esa manera poder tomar asiento. Ante este gesto me dijo "Gracias,...quiero decir, perdone si le he molestado". Estas palabras me hicieron salir de mi ensimismamiento (eufemismo de sueñecito) y me hicieron pensar en lo engañoso que es el subconsciente al dirigirnos a los demás. Enfrente de nosotros una mujer de unos 60 años arremetía con pasión un bocata y portaba en unas bolsas frutas y dos cartones de Fortuna. A su lado, una joven mulata y al otro lado, una pareja de ancianos. Cuando el tren está saliendo de una estación, comienza a escucharse una melodía proveniente de un acordeón, a lo que mi compañero de viaje responde con un "y encima música". Yo pensaba que ya me encontraba ante el típico intransigente y delicado señorito venido a menos que ya no podía permitirse viajar en otro medio de transporte más digno que no fuera el metro. Pero nada más lejos de la realidad. El buen hombre estaba encantado, entusiasmado, me atrevería a decir casi conmovido, y así me lo hizo saber al instante, cuando me dirigió más o menos las siguientes palabras:
"Esto es fabuluso. ¡Fabuloso! ¿Se ha fijado usted? Permitame que le hable aunque no nos conozcamos ni yo sepa su nombre. Pero es que este es un momento increible, impactante. ¿Se da cuenta? Estamos aquí en el metro, con esa señora mayor ahí enfrente, atacando a su bocadillo, con unos cartones de tabaco y fruta en unas bolsas. Un montón de gente de lo más variopinto en el vagón. Y esa música sonando. Estos momentos son inigualables. Esto solo pasa aquí en el metro. Es por momentos así por los que merece la pena vivir. Perdoneme, que ya veo que usted vendrá cansado del trabajo y viene algo adormilado, pero es que me parecía que merecía la pena compartir con usted este momento único.... En estos instantes, ¿sabe una cosa?, me gustaría atreverme y levantarme, y ya que estamos en un momento tan mágico, acercarme a esa señora y decirle ¿bailamos?. Jajaja. Seguro que llamaría a quien fuera pensando que estoy loco, pero sería una cosa que me encantaría hacer, porque por momentos así merece la pena seguir viviendo, sí señor.... Jojojo. Esto es fabuloso...".
Al parar en la siguiente estación entró en el vagón una pareja de ancianos, y fuimos al menos cuatro de los variopintos personajes que allí nos encontrabamos los que nos levantamos para ofrecer el asiento.
El tren llego a la siguiente parada, que era la mía, me apeé y salí del suburbano pensando en esos momentos mágicos, "raros, raros, raros", que a veces nos suceden en la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Son los momentos áureos de los que habla Rafael Argullol en "El cazador de instantes". Yo estoy de acuerdo con él: la felicidad está hecha de momentos mágicos en medio de la terrible ocredad de lo cotidiano.