26 marzo 2014

El Camino Lebaniego. Etapa 5: San Vicente de la Barquera - Lafuente de Lamasón

Jueves, 12 de septiembre de 2013

28,7 km pasando por Quintanilla de Lamasón. Directamente serían 27,5 km.
8 horas (incluye 1 hora de comida en Quintanilla de Lamasón)

Vistas desde el albergue al amanecer
Después de cuatro días por caminos frecuentados por varios peregrinos, hoy empieza la aventura en solitario, ya que no espero encontrar muchos compañeros por los caminos que llevan a la comarca de Liébana ni por los que posteriormente atraviesan los Picos de Europa en busca de León.

Toca cambiar el chip. Ahora empieza la parte más dura de la aventura, y también la más bonita. Estos cuatro días me han servido para coger forma y disfrutar de la compañía de otros peregrinos, así como de la hospitalidad en los albergues. Porque a pesar de lo comentado en la etapa anterior sobre lo vivido en el albergue El Galeón de San Vicente de la Barquera, toda experiencia es enriquecedora e incluso me llevo un buen sabor de boca del lugar.

Con Anne saliendo del albergue
Creo que en el camino, como en la vida, todos hacemos lo que podemos y con nuestros actos transmitimos lo que vivimos y lo que sentimos. Y eso es lo que yo pretendo hacer con este diario sin pretensiones: transmitir la experiencia vivida desde los ojos de un peregrino que ya lleva muchos kilómetros en sus piernas, pero no por ellos pierde la ilusión e ingenuidad, y que continúa buscando la autenticidad, la libertad y a sí mismo por los caminos de estas rutas maravillosas que recorren la península.


San Vicente queda atrás
Y después de divagar unas líneas, comienza un nuevo día en el Camino Lebaniego. A las 7 de la mañana es servido el desayuno en el albergue, por lo que la intención es levantarse en torno a las 6:30. Minutos antes media habitación está despierta gracias a los ronquidos de varios peregrinos. Seguramente voy a echar de menos estos sonoros despertares los próximos días. Me incorporo ante la imposibilidad de volver a conciliar el sueño. Veo que Anne también está despierta y me comenta que sigue escuchando los penetrantes ronquidos a pesar de llevar los cascos puestos. Y es que en el camino hay roncadores profesionales. Las chicas de Castellón se despiertan como si nada. Son previsoras y llevan tapones.

Señales del Camino Lebaniego
Caminando en romería
Me aseo y voy recogiendo mis cosas. En torno a la hora estipulada voy a desayunar. Nuevamente nos encontramos allí todos los peregrinos y damos buena cuenta de la leche, las tostadas y las galletas que nos sirven. Me alimento bien, que la jornada de hoy será larga. Recogemos los cacharros y vamos a prepararnos para comenzar a caminar.

San Vicente, el mar, la ría y el puente
Peregrinos 
Por suerte ha amanecido un día muy luminoso. Saliendo de San Vicente vamos casi en romería. Pasan pocos minutos de las ocho y enseguida subimos un par de cuestas que nos hacen entrar en calor. Pasamos bajo la autopista y continuamos subiendo, lo que nos lleva a poder contemplar una gran vista de la ría y del puente de la Maza a nuestras espaldas.

El desvío. Adiós peregrinos!
Tramo "cubierto"
Pasamos La Acebosa, donde veo los primeros paneles del Camino Lebaniego propiamente dicho. Marcan 54 kilómetros a Santo Toribio. Queda poco para el desvío que me separará del resto de peregrinos. Voy charlando un rato con Anne hasta que aparecen las primeras flechas rojas. El desvío está bien señalizado. Está en el Hortigal, a la altura de una propiedad  en la que un perro te recibe ladrando detrás de la verja que delimita la casa que protege. Hay un par de flechas rojas y una señal de madera con dos paneles. En uno señala hacía Santiago. En el otro hacía Santo Toribio de Liébana, del que distan 51 kilómetros.

El camino casi siempre por asfalto
Flechas rojas casi borradas
Me despido de las compañeras que me han acompañado los dos últimos días y que han contribuido a que mejore (o al menos recuerde) algo de inglés. Espero que el camino les sonría y puedan seguir disfrutando de cada una de las etapas que les quedan. Como suele pasar en estas situaciones, siento algo de pena al descubrirme de nuevo solo ante el camino. Es el pan nuestro de cada día del peregrino. Los compañeros de fatigas van y vienen, y nunca sabes lo que te deparará el destino.

¡Hola!
Entrando en Gandarilla
El camino continúa en constante subida  Voy por carreteras secundarias rodeadas de verdes prados en los que pasta tranquilamente el ganado. Paso por alguna pequeña población totalmente desprovista de servicios como Gandarilla. Las flechas coloradas que guían mis pasos escasean, pero las pocas que hay son las justas y necesarias. En algún punto tengo que adivinar la existencia pretérita de la flecha, hoy simplemente un ligero vestigio marrón. Esto me ocurre en un punto donde el camino que llevo desemboca en otra carretera y dudo si seguir a izquierda o derecha. Sigo hacia la izquierda y pronto otra flecha me confirma que he elegido correctamente.
Me adentro en las montañas
¡Vaya cornamenta!

Después de más de una hora desde el desvío llego hasta el Alto de la Rejoya, donde ya pierdo de vista el mar a mi espalda y las montañas adquieren un gran protagonismo en el paisaje que se muestra ante mis ojos.

Será por señales...
Con sorpresa observo como un peregrino viene detrás de mí. Camina a gran velocidad y me va ganando terreno rápidamente. Me pasa poco antes de llegar al alto. Pensaba que no encontraría a nadie en este camino. Es un muchacho extranjero con buen tono físico al que pasaré al rato mientras realiza una parada. Yo continúo y al poco de empezar el descenso llego al desvío que conduce a Bielva. Como hay una parada de autobús techada con banquito me paro a tomar un kit kat y algo de agua. Mi misterioso acompañante vuelve a pasarme y continuaré viéndolo delante de mi durante un buen rato. 

Río Nansa y embalse de Palombera
Ferrería medieval de Cades
Son ya las 12 de la mañana cuando reanudo la marcha. Estoy ya en el municipio de Herrerías. En poco más de un kilómetro paso por Puente del Arrudo, cruzando el río Nansa. Tomo la carretera CA-856 hacia Sobrelapeña llegando en 500 metros a Cades, donde se encuentra una ferrería medieval que se puede visitar. Lo dejo para mejor ocasión, ya que pretendo llega a comer tranquilamente a Quintanilla y no me quiero demorar.
Peregrino "cachas"
Valles y montañas

A partir de aquí el camino continúa por la misma carretera solitaria, generalmente ascendente, siguiendo el curso del río Nansa que luego pasa a denominarse Lamasón. Paso por algunos desfiladeros y lugares hermosos en los que disfrutar de unas vistas espectaculares.
Alguien ha perdido algo
¡Vive la aventura!
Llego hasta Venta Fresnedo donde realizo un breve descanso para continuar caminando unos cuarenta minutos más hasta el cruce con la carretera CA-282, donde las flechas rojas nos dan la opción de continuar a la derecha directamente hacia Lafuente (donde está el albergue) o girar a la izquierda para pasar antes por Quintanilla de Lamasón.Justo antes de llegar al cruce veo al peregrino “cachas” que me ha pasado un par de veces. Está parado en el cruce mirando la señalización del camino. De pronto se da la vuelta y desandando sus pasos se dirige hacía mí.
Río Lamasón
Un pequeño desfiladero
Veo en su rostro un gesto de contrariedad. Al llegar a mi altura me pregunta sobre el destino de este camino, diciéndome que él quería llegar a Llanes y se ha confundido. Yo le explico que se ha desviado un “ poquito”. Realmente ha recorrido 20 kilómetros de más en dirección errónea. Si retrocede hasta el punto en el que se equivocó habrá recorrido unos 40 kilómetros extra a los que añadir los casi 40 kilómetros de la etapa del Camino del Norte que él pensaba realizar entre San Vicente de la Barquera y Llanes. Una burrada incluso para los "ironmen" que gustan de hacer etapas de más de 40 kilómetros día sí y día también.
Bifurcación
Mi compa ante su tragedia

¡Los coches no paran, amigo!
Mientras se aleja de mí observo como trata de parar un coche que pasa haciendo autostop. No le paran y se enfada. Supongo que lo tendrá difícil. En las casi cinco horas que han pasado desde que tomé el desvío del Camino del Norte al Camino Lebaniego he debido cruzarme con menos de diez vehículos. Espero que tenga suerte y consiga llegar a su destino.

A mi me queda solamente un kilómetro para llegar a Quintanilla y poder almorzar.
Voy cruzando el río

Giro pues a la izquierda y por un puente cruzo sobre el río Lamasón. Por una carretera en leve ascenso voy dejando a la derecha la iglesia de Sobrelapeña que domina el paisaje desde lo alto de un cerro. Enormes montañas configuran el paisaje a mi alrededor. Enseguida llego hasta el pueblo. Justo antes de entrar hay una carreterita que surge a mano derecha por la que está señalizado el camino.

Iglesia de Sobrelapeña
¡¡¡¡¡¡A comer!!!!!!
Al entrar en Quintanilla veo que, aunque pequeño, el pueblo tiene algunos servicios. Paso junto a unas obras en la calle central y llego a Casa Miguel, donde ayer llamé para avisar de mi llegada de manera que tuvieran previsto darme de comer. Subo al comedor y allí disfruto de un par de platos de rica sopa de primer plato y carne de segundo. No hay nadie más comiendo allí. Recuerdo que se me ha olvidado comprar algo de pan para la cena y aprovecho los restos de lo que me han puesto en la comida. ¡Hay que aprovecharlo todo!
Ascendiendo por el valle
Iglesia de Sobrelapeña

Oquedades en la montaña
Una hora después de haber llegado a Quintanilla y con el buche lleno, reemprendo la marcha con tranquilidad en dirección al fin de la etapa. Desde aquí solamente me queda subir 3 kilómetros hasta Lafuente de Lamasón, donde se encuentra el albergue de peregrinos.

Pasan veinte minutos de las tres y hace un sol de justicia, por lo que me tomo este último tramo con mucha calma. Paso por Sobrelapeña y vuelvo a enlazar con el “camino principal”. Vuelvo a maravillarme con los hermosos y grandiosos bloques montañosos de la Sierra de Arria que conforman este bello paraje del valle del Nansa.

Iglesia de Santa Juliana
Dos posibilidades para mañana
A las cuatro de la tarde me recibe finalmente la pequeña iglesia románica de Santa Juliana en Lafuente. A la izquierda una estrecha y larga calle con casas a ambos lados conforman la parte principal del pueblo. Por la parte alta, la carretera continúa prácticamente en paralelo para llegar en unos 400 metros hasta la zona donde se encuentra el albergue. Para llegar a él debo preguntar en un pequeño bar que solo ofrece bebidas en una pequeña placita junto a la carretera. Finalmente consigo llegar hasta el edificio que alberga el hospedaje para el peregrino llamado Albergue municipal Los Pumares. Se ve que es un antiguo edificio rehabilitado y desde fuera tiene muy buena pinta. Está cerrado y no hay nadie por allí. Por suerte dispongo del teléfono. He llamado un rato antes y me han dicho que enseguida venían a abrirme.

La montaña cortada por un collado
Un par de animalitos
Mientras espero me quito las botas para dar descanso a mis pies, algo doloridos después de una larga jornada en la que casi todos mis pasos han sido sobre el duro asfalto. En un rato llega la persona encargada del albergue. Abre y procede a mostrármelo. En la planta baja hay un gran dormitorio con unas 10 literas (20 plazas) divididas en dos filas separadas por armarios con cerradura para guardar las mochilas, así como las duchas y los baños. En la planta de arriba hay un salón-comedor y una moderna cocina bien equipada. Y todo estará en exclusiva para mí durante mi estancia. 

Albergue Los Pumares, en Lafuente
Cuando se marcha la hospitalera, me instalo tranquilamente y me ducho. Lavo la ropa y la tiendo en la calle, esperando que los últimos rayos de sol del día sequen todas las prendas. Después me tumbo unos cuantos minutos en la cama para descansar y escribir unas notas de este diario.

Mi mochila esperando en el albergue
Cuando ya me encuentro recuperado y con ganas salgo a dar un paseo por el pueblo. Me tomo una coca cola en el bar, un local antiguo que evoca tiempos pasados donde seguramente hubo más clientela. El paisano que lo atiende me cuenta algunas cosas del lugar. Antes había más movimiento por la zona, pero hoy en día no llegan ni a 50 vecinos. Al rato salgo y me dirijo a la iglesia románica a echarle unas fotos. Por desgracia está cerrada y no puedo ver su interior, pero puedo deleitarme con sus sencillas formas exteriores, sus canecillos, su espadaña y sus capiteles dobles.

Portada de Santa Juliana
Canecillos románicos
Cae la tarde, el sol se desvanece lentamente entre las montañas y comienza a hacer fresquete. En el pueblo hay una gran tranquilidad y un silencio solamente roto por algún ladrido distraído de los perros que merodean entre las casas. No se ve casi ni un alma. Un gato me observa, curioso, con los ojos brillantes. Cuando decido volver al albergue me cruzo con un par de señoras mayores que caminan con lentitud ayudadas por unas muletas y que pesadamente parecen dar el paseo de la tarde.

Columna con doble capitel
Vuelvo al albergue y me preparo la cena. Degusto con hambre los tallarines a la carbonara precocinados ayudado del pan sobrante de la comida. Cuando termino salgo unos minutos a la calle, recojo la ropa tendida (aún algo humeda) y disfruto del silencio y la soledad de este pequeño pueblo montañoso.

Con el silencio y en la inmensidad de la noche estrellada mis pensamientos se van inevitablemente a lo efímero de nuestra vida y me embarga la tristeza al recordar la reciente pérdida de una gran persona en un miserable accidente de tráfico. Precisamente hoy se cumplen dos meses de aquel fatídico 12 de julio. Alberto, donde quiera que estés, que sepas que este camino va por ti. Tus amigos nunca olvidaremos tu sonrisa, tu buen humor, tu gran disposición y tu actitud ante los embates de la vida.

Peregrino ante la Iglesia de Lafuente
Con cierta melancolía entro al albergue en busca del calor que proporciona el saco de dormir. Un calor que disipa el frío del cuerpo, pero que no lo consigue con el que se ha apoderado de mi alma.

Para distraer un poco mi mente antes de dormir ojeo mis papeles de cara a tomar una decisión con respecto a la etapa de mañana, en la que debo decidir entre las dos opciones que tengo para llegar a Potes. Inicialmente tenía pensado llegar en dos días más, tomando la alternativa más larga y montañosa, pernoctando en Cabañes donde hay un albergue privado.
Peregrino ante el bello paisaje
Pero tras varias llamadas al número de dicho albergue no he podido contactar con el dueño, y un contestador me dice que estarán fuera hasta el domingo, por lo que es muy probable que esté cerrado y que no haya posibilidad de pasar allí la noche. Si encontrase alojamiento, esta primera etapa serían unos 20 kilómetros bastante rompepiernas, con subidas y bajadas constantes hasta Lebeña (este tramo es igual en las dos opciones) y una subida final desde este punto hasta Cabañes algo durilla. Al día siguiente me quedarían 9 kilómetros con una dura bajada hasta Potes y otros 4 para alcanzar el Monasterio de Santo Toribio. No me veo con ganas de hacer los 29 kilómetros rompepiernas más 8 (ir y volver al monasterio) en un solo día y ante la posible ausencia de alojamiento creo que voy a descartar este itinerario.

Calle de Lafuente de Lamasón
La otra alternativa tiene a su vez un par de variantes, debiendo escoger atravesar el desfiladero de la Hermida desde Lebeña por la estrecha y peligrosa carretera o por un sendero de montaña algo agreste que a media altura salva en poco más de una hora de marcha el mismo tramo sin pisar asfalto. Ambas opciones son menos kilómetros en total que la otra y se pueden hacer en una sola etapa sin problemas. Supone en torno a 24,5 kilómetros desde Lafuente hasta Potes, a los que añadir los 8 de ida y vuelta hasta Santo Toribio.

Lafuente de Lamasón y la montaña
Aunque la decisión ya está casi tomada, la elección final dependerá de cómo vaya el día y lo que vaya aconteciendo. Mi intención es llegar hasta Lebeña y encontrar la senda de montaña que evita la carretera y que debe tener buenas vistas del espectacular desfiladero de la Hermida.

Pensando estas y otras cosas noto como empiezo a ser vencido por el cansancio y el sueño se apodera de mí. Buenas noches...

19 marzo 2014

El Camino Lebaniego. Etapa 4: Comillas - San Vicente de la Barquera

Miércoles, 11 de septiembre de 2013

 13 km 5 horas (3 h. caminando; 2 h. en la playa)

Amanece en el Albergue la Peña
No son aún las 7:30 cuando ya me encuentro recogiendo mis cosas y haciendo nuevamente la mochila. He descansado muy bien y parece que el nuevo día se presenta algo más despejado que ayer (cosa fácil).

Pasadas las 8 salgo del albergue dirigiéndome al centro del pueblo a desayunar nuevamente un chocolate con churros: energía pura para el peregrino. Cuando termino el desayuno me encuentro con Anne y Yun, las alemanas, que salen ahora del albergue y están llegando al centro de Comillas. Las saludo y comienzo a caminar dejándolas atrás.

Ría de La Rabia
Es una papelera 
Vuelvo a recorrer el mismo camino que ayer hasta las playas de Oyambre. Paso nuevamente junto al palacio de Sobrellano y el Capricho de Gaudí, llegando hasta Rubárcena y La Rabia. Nuevamente dejo a mi izquierda el desvío del camino que continúa con sus flechas amarillas por senderos por el interior y, tras cruzar la Ría Capitán, tomo la carreterilla a la derecha que me conduce a la playa.

Marismas de Oyambre
Alguien se hundió
El sol comienza a brillar con fuerza en el cielo y la temperatura es muy agradable. Cuando llego a la playa son apenas las 10 de la mañana. Decido aprovechar el momento de buen tiempo, me pongo el bañador y me relajo tumbado en la arena, dejando que los rayos de sol acaricien mi piel. Me doy nuevamente un paseo por la playa, aprovechando para hacer unas fotos. Desde la playa se ve claramente como por el mar se acerca un nuevo frente nuboso que presagia lluvia para las próximas horas.

Mis pertenencias sobre la arena
Llegan las nubes
Junto a Anne y Yun
Así pues, a pesar de ser algo temprano, decido darme un último baño en el cantábrico, que sirva de despedida de estás magníficas playas. En ese momento llegan Anne y Yun, y también se lanzan al mar de cabeza. Al salir aprovechamos los últimos rayos de sol de la jornada para secarnos. Es una gozada esto de caminar y simultáneamente poder disfrutar de la playa. Seguro que los próximos días echaré de menos estos bañitos relajantes.

Después de secarnos tomamos un piscolabis y asistimos a la llegada del frente. El cielo se ha cubierto de nubes negras, por lo que levantamos el campamento y reanudamos la marcha.

Para llegar a San Vicente de la Barquera hay que seguir la carretera comarcal CA-236 que desde esta playa dispone de un carril adicional solo para transeúntes pintado en verde y que transcurre paralelo a la carretera.

Vengo de la playa de Oyambre
Voy hacia los Picos de Europa
Al salir de la playa mi atuendo peregrino es cuanto menos curioso, con el bañador de rayas blanco y azul, las botas de montaña, la mochila y la capa de agua colgando de la mochila y preparada ante la previsible lluvia que está por venir.

Caminando hacía la playa
Quedan 20 minutos para que den las doce cuando salimos de la playa y volvemos al camino. Como voy parando a tirar fotos, Anne y Yun me adelantan y caminan unos metros delante de mi. La carretera sube una cuesta salvando el cabo de Oyambre que queda a la derecha y llegando a un grupo de casas que también reciben el mismo nombre que la playa. Comienzo el descenso hasta la gran playa que llega hasta la Ría de San Vicente de la Barquera. El extenso arenal de casi 4 kilómetros de longitud que ahora queda a la vista está dividido en varias partes que quedan unidas cuando la marea está baja.

Playa de El Merón
La carretera desciende y conduce hasta el acceso a la playa de El Cabo-Guerra. Aquí dejamos la carretera y continuamos la etapa caminando junto al mar por la fina arena de la playa, que en unos metros pasa a denominarse de El Merón.

Peregrino con pintas en la playa
Comienza a lloviznar, por lo que aprieto un poco el paso. En el último tramo la playa se denomina El Rosal. Cuando llego a la altura de un camping abandono la playa y continúo por un camino que me lleva junto a la ría hasta el Puente de La Maza, extraordinario puente de origen medieval que salva la ría con sus más de 500 metros de longitud, y conduce hasta la localidad en la que hoy finalizo la etapa.

La playa con la marea baja
Desde este punto se observa una gran panorámica de la villa de San Vicente de la Barquera con el puerto pesquero en primer término, coronada por el Castillo y la Iglesia de Santa María de Los Ángeles y con los Picos de Europa luchando por salir de las nubes al fondo.

Anne y Yun caminando por la playa
Pasan quince minutos de la una cuando cruzamos el Puente de La Maza y al llegar a una pequeña rotonda que da acceso al municipio tomamos el camino de las Calzadas que,  de frente y luego un poco a la derecha, continúa en ascenso hacia la zona alta, lugar donde se encuentra el albergue de peregrinos El Galeón.

Las nubes sobre las montañas
Después de subir una empinada cuesta llegamos a la Calle Alta. Giramos a la izquierda y nos dirigimos hacía la Iglesia de Santa Maria de los Ángeles, que luce en lo alto de la localidad. Un poco antes de llegar a ella, en los sótanos de un edificio de piedra de los padres claretianos, está el albergue.

Bellas vistas del entorno
Llego a las 13:30 mientras una fina lluvia comienza a hacerse notar. Una nota en la puerta anuncia que su apertura es a las 14:00. Aunque no hay ningún sitio donde guarecerse, como no llueve mucho, decido esperar allí. También llegan Anne y Yun, y cuatro o cinco peregrinos extranjeros más, entre ellos Enrico, el simpático polaco que conocí el día anterior en Comillas.

El Puente de la Maza
Cuando comienza a arreciar la lluvia aparecen dos mujeres con un bebe en un carrito. Abren la puerta del albergue, pero nos deniegan el paso. Nos dicen que el albergue no abre hasta las 14:30, que tienen "mucho que hacer y que buf!, que follón…" . Los extranjeros lo flipan en colores, ya que se estaban mojando y en cuanto aparecen las mujeres creen que van a poder resguardase de la lluvia. Cuando les cierran la puerta en las narices se quedan a cuadros. Alguno hasta se había metido en la entradilla del albergue (que es un garaje) y les tienen que decir que se salgan. Como no entienden nada, les explico lo que me han dicho (soy el único castellanoparlante). Evidentemente se mosquean un poquito. Si ponen un cartel con un horario que menos respetarlo... .

Cruzando el Puente de la Maza
Yo respiro hondo, pienso en aquello de que “el peregrino no exige, agradece”, y para evitar calarme mientras espero decido ir a la zona baja del pueblo a comer. Como ya llueve mucho, me pongo la capa para protegerme del agua. Una vez abajo escojo un pequeño restaurante que hay en una placita con un menú a 10 €.

Después de una agradable comida y con el ánimo ya más templado vuelvo a subir hasta el albergue. Antes de nada debo decir que ya había leído en foros de internet que el trato en este albergue era singular. No estoy diciendo que sea ni bueno ni malo, ni mejor ni peor, pero si diferente a otros. No me gusta guiarme por las opiniones de personas que no conozco y que muchas veces vuelcan en internet sus frustraciones y malas experiencias que son fruto de circunstancias que el lector ocasional desconoce. Aunque cueste, no me gusta prejuzgar y más bien tomo esos comentarios como una llamada a moverme con cautela.

Albergue de peregrinos El Galeón
Pero es cierto que cuando llego por segunda vez a la puerta del albergue vivo situaciones cuanto menos curiosas que no recuerdo haber visto antes en el camino.

Hay gente esperando para que les registren, labor que lleva a cabo una anciana mujer llamada Sofía que lo hace a su ritmo. Sinceramente, en estas situaciones las prisas están de más, pero siempre hay gente que se desespera. La buena mujer pide el DNI y le cuesta leer y anotar los datos, lo que hace que cada registro tarde unos cinco minutos. Luego esta el tema del precio. Te dicen que son 13 euros y que van incluidos el desayuno y la cena. Alguien pregunta a la hospitalera cuanto cuesta sin cena y en principio le da largas, le dice que no sabe y finalmente pregunta a la mujer joven que está fregando y lavando cacharros que al parecer es su hija. Esta contesta un poco malhumorada que 10 €, pero que lo suyo, lo auténtico para los peregrinos, es hacer cena comunitaria y tal y así lo comenta con otra mujer de mediana edad que es la que te acompaña y te asigna habitación y cama una vez registrado.

Esperando a que abra el albergue
Alguno a quien antes no han dado opción a no coger cena pide que le devuelvan la parte correspondiente a la cena y se crea una situación un poco tensa. Un muchacho que está delante de mi se está poniendo nervioso porque dice que lleva allí media hora, que está cogiendo frío y que no se avanza. Mientras un perrillo va y viene por el albergue y saluda moviendo el rabo a los recién llegados. No ayudan mucho a mejorar los ánimos un par de señores que no hacen más que quejarse murmurando por bajo por todo y que cuando son atendidos incluso llegan a increpar a la anciana por su lentitud. Que no digo yo que uno no pueda pedir o esperar un trato más cordial, pero la actitud de estos dos ¿peregrinos? durante toda su estancia en el albergue fue bastante agria y borde. Se monto una pequeña discusión cuando apremiaron a la anciana y la hija evidentemente la defiende y tacha a los dos “amargados” de maleducados.
Iglesia de Sta. Mª de los Ángeles

Una cosa no quita la otra. La atención que ofrecen en un albergue puede no ser como tú te esperas, pero eso no te da derecho a exigir ni mucho menos a insultar, aunque lo que exijas te parezca lo más básico. A pesar de la espera, para mi gusto el trato con la gente del albergue fue correcto. También es verdad que en muchos casos uno puede intuir que detrás de un supuesto espíritu peregrino que se exige a los demás pero que no se aplica a uno mismo se esconde la ambición de hacer dinero a costa de una falsa hospitalidad altruista.

Vistas desde el albergue
No digo que este sea el caso, aunque es cierto que hablando horas después con Luís, el responsable del albergue, se jactaba de no haber sacado ningún beneficio económico por su labor y decía sentirse defraudado por los peregrinos de hoy. Me pareció que ya no sentía ese espíritu jacobeo del que tanto hablaba mientras presumía de su “auténtica” peregrinación años atrás en la que, según sus propias palabras, dejó huella en el camino en tantas personas por su generosidad y altruismo que cuando llego a la catedral de Santiago le reconocían con su gran cayado y se le acercaban dándole las gracias y saludándolo como a un obispo.

Sta. Mª de los Ángeles desde abajo
No seré yo quien juzgue la labor de una gente que dedica parte de su vida a la atención a los demás, algo que ya de por sí es de alabar. Atender en un albergue a decenas de peregrinos que en muchos casos van a lo suyo y a veces son como el caballo de Atila debe ser agotador. Si sus maneras y sus ganas han mermado con el paso del tiempo quizás necesiten un descanso o simplemente pueden tener mejores y peores días, como todo el mundo. Por otro lado, debo decir que luego me echarán una mano aconsejándome sobre la próxima etapa y proporcionándome teléfonos que me serán muy útiles.

Como iba diciendo, me instalo finalmente en el albergue. Me toca en una litera de arriba. Las literas están puestas en bloques de dos en dos de manera que cuatro camas confluyen en un pequeño hueco en el que dejar todas las pertenencias. Debajo de mi dormirán los dos peregrinos poco amables. Charlo un rato con ellos y confirmo mi impresión. Parece que peregrinan malhumorados y amargados, cosa que no puedo entender. Supongo que sus motivos tendrán y espero por su bien que se les pase pronto. Por el contrario, en las literas frente a mi hay un  par de parejas de andaluces muy salados que ponen la nota de humor a la habitación y contagian con su gracia a los demás (excepto a mis “amigos” de las literas de abajo).

El castillo (foto del verano pasado)
Me ducho y decido dar un paseo por el pueblo. Ha parado de llover. Subo hasta la zona de la iglesia y contemplo las magníficas vistas que desde allí se tienen de las rías y de los montes que rodean la zona. Doy un paseo y vuelvo hasta el albergue. Allí coincido con Anne y nos vamos juntos a ver el Castillo. Ya entré en él en verano, pero decido volver a pagar la simbólica entrada para deleitarme con las vistas que se otean desde lo alto, con la ría, el puente de la Maza, el puerto y la inmensidad del Mar Cantábrico.

De vuelta otra vez al albergue recogemos a Yun, la compañera de Anne y bajamos a hacer algo de compra. Al día siguiente comenzaré el Camino Lebaniego propiamente dicho. Será una ruta solitaria en la que encontraré pocos lugares donde avituallarme. De hecho, el primer albergue se encuentra en Lafuente de Lamasón, donde no hay ningún comercio, ni bar, ni restaurante. Así pues, compro un sobre de pasta a la carbonara precocinada para la cena de mañana y alguna cosilla más.

Atardece en la ría
Ya en el albergue, pregunto a la hospitalera (la hija) por el albergue de Lamasón. Me dice que está abierto y que lo lleva una persona diferente de la que dice la guía que yo manejo (de 2011). También me aconseja parar en un restaurante de Quintanilla de Lamasón, a unos 3 kilómetros del final de la etapa, donde podré comer desviándome unos metros del camino. Para ello es mejor llamar y avisar de mi llegada. Llamo y "reservo" en el Restaurante Casa Miguel con el teléfono que ella me facilita. De esta manera ya tengo cubiertas mis necesidades gastronómicas de mañana. ¡Un punto positivo para los responsables del albergue!

Vista desde el castillo (foto del verano pasado)
A las 19:30 estamos llamados a cenar. Se pide colaboración para poner la mesa. Somos al menos unos 30 peregrinos y nos sentamos en tres mesas grandes. Yo comparto “mantel” con dos simpáticas muchachas de Castellón, otra de Madrid que retoma hoy el Camino que hace unos meses dejó en stand-by,  un adolescente francés acompañado por el que parecía ser su hermano, pero que luego descubrimos que era su “acompañante” ya que era menor de edad y necesitaba ir tutelado, y por Anne y Yun entre otros…


Cenando en el albergue
Cenamos ensalada de primero, pasta con tomate de segundo y un yogurt de postre, todo aliñado con una conversación peregrina sobre el camino y las diferentes aventuras de cada uno. Recogemos la mesa y ayudamos a limpiar los cacharros, para lo cual también se pide la colaboración del peregrino. A mi personalmente siempre me ha parecido correcto y justo colaborar y echar una mano en lo que se pueda en los albergues, y si cada uno ponemos un poquito de nuestra parte no supone para nada un esfuerzo. En este caso, con las situaciones de tensión vividas durante la tarde hay a quien no le hace ninguna gracia ayudar y se vuelve a crear ese extraño clima desagradable tan poco habitual en un albergue del camino (por lo menos en los que yo he estado). Es verdad que la manera de pedir colaboración hace que esta no sea espontánea, sino impuesta, y eso hay a quien no sienta bien.

Más vistas desde el castillo (foto del verano pasado)
Después de la cena, llevo a Anne y Yun a probar los helados Regma. Ni que decir tiene que les encantan. Nos vamos a dar un paseo por el puerto cuando de pronto mis dos compañeras peregrinas se encuentran con un muchacho con el cabello largo y aspecto un tanto hippie al que conocieron en un albergue un par de días atrás. Está caminando ahora de vuelta hacía su casa. Él no es peregrino, sino que está viendo un poco como es eso de caminar, y dice que le gusta más caminar de noche. Es un tanto extravagante y raro. Parte hacia Comillas, a pesar de que son más de las diez y es ya de noche. Nosotros nos volvemos al albergue, que se supone que sobre las 22:30 cierran la puerta exterior.

Playa de Oyambre con las nubes acechando
Atando cabos, me doy cuenta que acabo de conocer al muchacho cuya carta traduje a la peregrina suiza Tamara hace un par de días. Así pues, debe ser el hijo de los hospitaleros del albergue de Bezana y supongo que se habrá puesto a andar a ver si se encontraba con la muchacha. ¡Qué curiosa coincidencia!

Una vez en el albergue permanezco en la puerta un rato charlando amistosamente con otros peregrinos. Entre ellos está Enrico, el polaco, que da muestras de su afición por la cerveza y el vino. Hace una noche muy agradable y es un momento clásico de compartir experiencias y anécdotas peregrinas. 

Al rato me voy a acostar, no sin antes tener que escuchar las quejas de mis vecinos de las literas de abajo por el ruido, la luz o que se yo cuantas cosas más.