28 abril 2008

¡Qué viene Richi!

Que viene Richi es la adaptación al castellano de la comedia inglesa de los años 80 The Nerd, de la cual surgiría el personaje más conocido de Rowan Atkinson, Mr. Bean.

El pasado viernes 25 de abril tuve la suerte de pasar una divertida tarde en el teatro Alcazar disfrutando de esta obra protagonizada por Secun de la Rosa y el televisivo Ángel Martín. La obra gira en torno a las situaciones que se producen cuando aparece de manera inesperada en la fiesta de cumpleaños de Guillermo (Ángel Martín) un viejo conocido al que le debe la vida. Este viejo conocido es Richi (Secun de la Rosa), un ser un tanto especial que con su forma de ser no deja indiferente a ninguno de los personajes con los que se encuentra, y que provoca en ellos estupor, asco, pena, repulsión... .

Con Guillermo, que es arquitecto, vive su novia Tania, interpretada por Virginia Rodriguez, sobrina de Emilio Aragón y conocida sobre todo por su papel como Isabel en la serie "Compañeros". También frecuenta la casa un amigo de ambos, Alex, interpretado por Jorge Calvo.

Completan el reparto los veteranos Francisco Maestre (como Valcárcel, jefe de Guillermo) y Marta Férnandez-Muro (como Celia, mujer de Valcárcel), actriz con una basta carrera a sus espaldas y a la que creo que vi por primera vez a finales de los 80 en el programa de las mañanas de los sábados presentado por Miriam Diaz Aroca, Cajón Desastre; y Borja Sicilia, que interpreta a Zeus, el hijo de ambos, conocido por su aparición en la fallida serie de Cuatro Gominolas.

Los enredos y las situaciones hilarantes en las que se ven envueltos los personajes no dejan de provocar la carcajada en el espectador. Los actores trabajan bastante sueltos y se palpa la química entre ellos, lo que envuelve al espectador y no le permite parar de reír. Como hecho anecdótico, durante la función se les rompió una puerta por la que los personajes entran y salen de escena y esta quedó inevitablemente cerrada. Se produjo un momento hilarante cuando estando Guillermo esperando a que entrara Richi, al ver que no podía abrir la puerta, le sugirió que entrara por el armario, que era la puerta de al lado y que sí pudo abrir. Fue muy divertido ver salir del armario al personaje de Secun de la Rosa (con las bromas que eso conllevó) y como a partir de ese momento la puerta se convirtió en un gag más de la función, recurso improvisado magistralmente utilizado por los actores.

En fin, una obra sumamente recomendable si lo que se desea es pasar un rato ameno y divertido.

24 abril 2008

Etapa 1: Saint Jean Pied de Port - Roncesvalles


26 de octubre de 2007

24,9 Km Casi 8 horas

Todavía era de noche cuando la vida tomaba el albergue de peregrinos de S. Jean Pied de Port. El reloj marcaba las 7 de la mañana y los hospitaleros tenían ya todo listo para ofrecernos el desayuno que nos permitiría afrontar la dura jornada que teníamos por delante.

Unos minutos antes de las 8, cuando las primeras luces asomaban por el montañoso horizonte, abandonamos el albergue descendiendo por la Rue de la Citadelle. Mis compañeros en este duro inicio de camino eran Joan, el joven de Palamós, y Jorge, argentino del Mar de la Plata que se encontraba instalado en esos tiempos en Palma de Mallorca.

Fuimos de los primeros en comenzar la marcha. Lo primero que teníamos que decidir era cual de las dos opciones que hay para llegar a Roncesvalles
tomábamos. La más auténtica (conocida como la Ruta de Napoleón) atravesaba el Pirineo por los Puertos de Ciza y no era recomendable en días de malas condiciones climatológicas. La segunda era algo más cómoda, por el puerto de Valcarlos. El camino iba junto a la carretera, era más sencillo de seguir y se subía a una cota más baja que por la otra.

A pesar de que el día estaba algo nublado y de que nos habían recomendado no usar la primera opción porque nos encontrábamos en temporada de caza y podíamos "molestar" a los cazadores, todos los peregrinos elegimos esta al ser la más tradicional y la que ofrecía vistas más espectaculares.

Las sensaciones en esos primeros momentos eran indescriptibles. Me sentía un privilegiado al poder embarcarme en esta aventura, y a la vez me encontraba expectante ante la respuesta que daría ante semejante reto tanto física como psiquicamente. Después de tanto esperarlo ya estaba allí. Estaba comenzando a recorrer el Camino de Santiago. La emoción se iba apoderando poco a poco de mi.

Debo decir en este momento el Camino de Santiago se encuentra señalizado, sobre todo en la parte que transcurre por España por múltiples flechas amarillas que evitan a los peregrinos perderse por los senderos. Estas marcas son muy útiles, y más en lugares como Galicia donde las encrucijadas se cuentan por miles.
En esta primera etapa no vimos muchas, pero si las suficientes para seguir el camino sin problemas. En ocasiones también puedes encontrar piedras, mojones o hitos que te aseguran el caminar por la senda correcta.

Nuestros primeros pasos fueron por el asfalto de las pistas de cazadores que iban ascendiendo poco a poco entre verdes prados. Pronto empezaron los sudores, y a pesar del frío de octubre empezaba a sobrar el abrigo. Algunos de los peregrinos que ya llevaban varios días en marcha nos pasaban ya que seguían un ritmo más alto. Al ser nuestro primer día no queríamos cebarnos y la idea era castigar lo menos posible nuestras piernas y nuestro cuerpo en esta primera etapa, aunque los 25 kilómetros de la misma y el el desnivel de más de 1200 metros que teníamos que salvar nos ponían la cosa un poquito complicada.


Al recorrer unos 5 kilómetros, a la altura de Honto, con la llegada de la primera gran rampa comenzaron nuestros sufrimientos, que continuaron al subir por un pequeño atajo que nos evitaba un largo tramo de carretera y que nos condujo finalmente al Albergue Orisson, donde realizamos nuestra primera parada para tomar algo de aliento, comer algo de chocolate y llenar la cantimplora en una fuente.

La marcha continuaba por el asfalto y continuaba en ascenso hasta llegar a un collado donde había una espesa niebla. Al fondo se intuía una virgen en unas peñas. La pendiente se atenuaba en esta zona bastante.
La niebla nos acompañaba intermitentemente. En cierto punto descubrimos en el arcén de la carretera restos de lana que continuaban ladera abajo. Un poco más abajo podían verse los restos del animal del que provenían y que aparentemente había rodado ya cadáver por el pequeño terraplén.

Unos kilómetros más adelante abandonamos al fin la carretera al llegar ante una gran cruz de piedra. En este punto recuerdo que la niebla era tan espesa que aunque mi ritmo era ligeramente superior a mis acompañantes, la prudencia me hizo esperarles y afrontar esa parte en su compañía. Había escuchado muchas cosas sobre el peligro de extraviarte por esos caminos, y como nos contarían más tarde en Roncesvalles, varios peregrinos habían perdido la vida en los últimos años en ese tramo por culpa de la
niebla, el agua, la ventisca o la nieve.

Seguir el camino no era muy complicado si uno iba atento, por lo que enseguida salimos de ese banco de niebla tan espeso y en algo más de una hora llegamos hasta el Collado Bentartea, punto donde el camino entra en España. Allí, un hito nos anuncia que nos encontramos a 765 kilómetros de Santiago de Compostela. Este tipo de hitos, carteles o anuncios que tratan de informarte de la distancia que aún te separa de Santiago proliferan por todo el Camino y sorprendentemente ofrecen datos bastante imprecisos o cuando menos, contradictorios. Pero bueno, no me voy a poner ahora a criticar estos pequeños signos que, como muchos más a lo largo y ancho del camino, te recuerdan que estás caminando por donde muchos otros ya pasaron, y por donde muchos más pasarán.


Tras refrescarnos en una fuente en recuerdo del caballero franco del ejercito de Carlomagno que dio nombre a la Chanson de Roland, célebre cantar de gesta, entramos en España y rodeados por preciosos hayedos recorrimos los últimos kilómetros de ascensión de la jornada hasta llegar al collado Lepoeder. Allí paramos Joan y yo a esperar a Jorge, a quien se le estaban atravesando las últimas rampas. Mientras esperábamos resguardados del viento entre las rocas vimos pasar a un peregrino, un joven alto y delgado con el que días después compartiría horas y horas caminando. Su nombre era Ero.

Cuando llegó Jorge y hubimos descansado lo suficiente, afrontamos la última parte de la etapa. Ya solo nos quedaban unos 4 kilómetros de descenso hasta Roncesvalles. Fue durante ese descenso cuando empecé a sentir unos fuertes dolores en las plantas de los pies. Estos dolores me castigarían duramente durante mi primera semana.

Descendimos hasta el puerto de Ibañeta, donde se encuentra la Ermita de San Salvador, por
atajos que evitaban la pista asfaltada y pronto contemplamos al fondo la Colegiata de Roncesvalles. El llegar hasta tan mágico lugar es ya de por sí una bendición, pero si a eso le unimos más de 8 horas de fatigosa marcha, el momento pasa a ser inolvidable. Disfruté a solas ese pequeño momento ya que mis compañeros de marcha habían quedado un pelín rezagados. Momentos después me puse a buscar el Albergue de Peregrinos, cosa no muy difícil, ya que el pueblo esta formado por la Colegiata que abarca varios edificios, por un par de hoteles-restaurantes y poco más. Dentro de ese poco más está el Refugio "Itzandegia", antiguo hospital de peregrinos ubicado en una antigua edificación del siglo XII.

Justo a mi llegada, a las 16;00, abría el Centro de Atención al Peregrino, donde te acogen y te dan tu plaza en el albergue. Fue todo un alivio descargar la espalda de los más de 10 kilos que debía pesar mi mochila y poder descalzarme y sentir como mis doloridos pies tomaban aire, así como tomar una ducha de agua caliente. Estos y otros pequeños gestos cotidianos se acabaron convirtiendo con el paso de los días en momentos de triunfo, recompensas por el esfuerzo realizado y precursores del merecido descanso.

Tras la ducha y un pequeño descanso fuimos a tomar algo caliente que nos quitara la sensación gélida que nos ofrecía el viento pirenaico.
Caía la noche y y con ella la temperatura. Mi garganta no atravesaba uno de sus mejores momentos y agradecí enormemente poder calmarla con 2 benditos vasos de leche con miel. Reservamos para cenar en uno de los restaurantes a las 21:00, después de la Misa que se oficiaba en la Colegiata a las 20:00 y en la que tenía lugar la Bendición del Peregrino.

Así pues, tras hacer algo de tiempo (véase descansando), nos dirigimos a la Iglesia para escuchar la Misa. Supongo que para muchos de los que hacen el Camino de Santiago el aspecto religioso no es una de las cosas que más les motivan a la hora de iniciarlo. También creo que a medida que te sumerges en él, te vas impregnando de sus valores, de su historia, de su espiritualidad, y aunque no te identifiques con ninguna confesión o credo, aprendes y creces interiormente en
aspectos que hasta entonces para ti eran desconocidos.

Yo, que me considero cristiano, creyente y practicante, con todo lo que eso conlleva, puedo decir que las experiencias que me ha aportado cada uno de los momentos vividos durante el camino no han hecho sino fortalecer mi fe y descubrir a Dios más y más en las personas, en la naturaleza, en el mundo... y sobre todo, en mi interior.

Y fue en esa pequeña iglesia de un pueblo perdido del Pirineo donde comencé a sentir que aquello en lo que me había embarcado era algo muy grande que podía transformarme y enseñarme muchísimas cosas.

Durante la bendición, que se realiza al final de la Misa, el sacerdote que oficia la Misa llama a todos los peregrinos ante el altar por su nombre
y proclama unas bellas palabras de ánimo.

Es un momento verdaderamente especial ya que, como decía, te sientes como parte de algo que se lleva realizando desde hace muchos cientos de años y que para cada uno que lo realiza es diferente. Cada cual debe seguir su camino.

Tras la Misa, fuimos a comernos un puré de verduras que me supo a gloria y de segundo nos dieron a elegir entre trucha y trucha, la especialidad de la zona. Todo muy rico. Nos fuimos al monumental albergue. Antes de que apagaran las luces y de sumirnos en el descanso reparador, conocimos a un joven gallego algo peculiar. Decía venir de vuelta desde Compostela por tercera o cuarta vez, y que ahora dirigía sus pasos hacia el Santuario de Lourdes. Nos interrogó sobre nuestro conocimiento de este camino, que era nulo,
para después pedirnos así, en plan colegas, unos "porrillos". Nuestra cara en ese momento debió ser un poema. Le contestamos que no, que ninguno fumábamos, a lo que nos dijo: "Sí, sí, que yo se que los peregrinos fuman porrillos. Seguro que alguno lleva...". Luego creo que también estuvo un buen rato buscando alguien que le prestara un mechero... . Era un personaje singular, de los muchos que pueblan el camino, y que seguro está acostumbrado a tratar con peregrinos más "veraniegos", donde es más fácil encontrar grupos de jóvenes que se toman el camino como un acampedo, unos días de buen rollito y naturaleza (y bien que hacen, oye). Pero en las fechas en las que nos encontrábamos, la mayor parte de los peregrinos ibamos con otra mentalidad y quizás con otros hábitos, no mejores, sino más saludables, aunque supongo que alguno encontraría que le suministrara el material que andaba buscando.

Esa tarde también llegó acompañado por su familia un muchacho de Vigo con el que más adelante viviría grandes momentos. Él durmió allí, con nosotros, en el refugio, pero en esos momentos era solo un peregrino más que al día siguiente iba a comenzar su Camino.

Con mucho cansancio y algo de frío, me metí al saco de dormir a eso de las 22:00. Había superado la primera etapa y me sentía muy bien. ¿Qué nos depararía la segunda etapa? 



Más fotos de esta jornada:


Rastros y restos de un pobre animalito esparcidos colina abajo-----Vistas de los Pirineos entre la niebla

Al fondo se intuye una Virgen, y aquí se ve a Joan y a Jorge--------Yo y mi macuto en una señal del Camino

Jorge ya está en España, yo sigo en Francia---¿¿¿¿Cuánto queda????---Estampa otoñal de los bellos hayedos


                                     - Continúa caminando en la etapa 2 -



15 abril 2008

El camino de Santiago

Casí medio año después (como pasa el tiempo) de iniciar mi andadura por el camino de Santiago, me dispongo a comenzar otra tarea no menos árdua y difícil: contar a través de mis recuerdos y mis fotos aquello que me aconteció durante los 40 días que pasé fuera de mi casa. De esta manera empieza hoy un pequeño gran diario que espero poder completar a lo largo de muchas semanas. En principio, me gustaría que las entregas de esta pequeña epopeya personal fueran semanales. Si todo va bien, a principios de cada semana contaré un día más de mi larga travesía por el norte de la península ibérica. Hoy tenéis aquí la primera, relativa al día en el que comenzó todo, la etapa 0.

Etapa 0: Madrid - Saint Jean Pied de Port


25 de octubre

El día 25 de octubre comenzó la aventura que me llevaría a recorrer a pie el Camino de Santiago desde Saint Jean Pied de Port en Francia hasta Finisterra, con escala obligada en Santiago de Compostela.

Todos mis primeros pasos habían sido preparados minuciosamente. Debía coger un avión con destino San Sebastián a las 7:50 en la terminal 4 del Aeropuerto de Madrid-Barajas. Desde el aeropuerto guipuzcoano en el que debía aterrizar a las 8:55 tomaría un autobús que me llevaría a Irún a las 9:20. Allí debía buscar una parada de Euskotren que me llevara hasta Hendaya, donde un tren partía a las 10:26 con destino Bayona, ciudad en la que tenía que hacer trasbordo para tomar a las 12:00 el tren que me transportase definitivamente a Saint Jean Pied de Port.

Y todo sucedió como estaba previsto. Tras un tranquilo vuelo en el que mis oídos sufrieron más de los normal debido a un proceso gripal que me estaba atacando por momentos, tomé todos los medios de transporte sin prácticamente ningún contratiempo para llegar a la ciudad medieval gala aproximadamente a las 13:30.

En la última correspondencia ferroviaria en Bayona tuve que esperar algo más de una hora en el vestíbulo de la estación. Me encontraba allí leyendo el "Marca" cuando alguien se me acercó por detrás y me comentó algo sobre la penúltima derrota del Valencia. Me giré y tras un breve intercambio de palabras el desconocido se sentó un poco más allá. Su acento me llevó a pensar que sería catalán y por su aspecto parecía ser un gran aficionado a la montaña.



A la hora prevista llegó el sucio y desvencijado tren que nos debía llevar hasta Sain Jean Pied de Port. Solamente tenía dos vagones. Los pasajeros que nos disponíamos a viajar en él podíamos ser contados con los dedos de las manos. Mi vagón estaba desierto, hasta que apareció un hombre bastante corpulento, con la piel algo morena y con la cabeza prácticamente rapada. Se sentó en la parte del vagón opuesta a la mía y se acomodó para echarse una cabezadita durante el trayecto. No se porque (quizás porque me encontraba en Francia), pero algo me hizo pensar erroneamente que era francés.



Al llegar a la estación de destino, que a su vez era el punto de partida de mi camino, me eché la mochila al hombro y me dirigí hacía el centro de la pequeña población pirenaica. Tras pasar su férrea muralla medieval, ascendí por una calle empedrada hacia donde suponía que estaba el albergue.



Era mi primer contacto con los albergues de peregrinos, y realmente no sabía como funcionaban. Había leído sobre el tema en la gran guía que me acompañó todo el camino, y en ella decía que era un refugio no muy grande en el que a veces era difícil encontrar plaza. Por suerte, eso no ocurría en octubre, época del año en la que por el camino encuentras la cantidad justa de peregrinos.



Para pernoctar en los albergues del camino, los peregrinos deben llevar una credencial, que yo había conseguido unos días antes en los locales de la Asociación de los Amigos del Camino de Santiago en Madrid. En ella se recogen los datos personales del peregrino y en cada lugar en el que pasa la noche, los hospitaleros (que así se hacen llamar quienes atienden los albergues) ponen el sello representativo de la población en la que se encuentra.



Como decía, llegué al albergue y me encontré con una pequeña dificultad que no había contemplado: no tenía ni idea de francés, y los hospitaleros del albergue, gente ya mayor, no parecían saber mucho ni de castellano ni de inglés. Por suerte, apareció el muchacho con el que había intercambiado unas palabras en la estación de Bayona y me echó un cable. Su nombre era Joan, y efectivamente, era catalán. En un momento nos juntamos en el pequeño salón un grupito de peregrinos que queríamos dormir esa noche allí. Tras dar nuestros datos y nuestras credenciales, nos condujeron a un edificio contiguo, que es donde se encontraban las habitaciones con literas.



Ese fue mi primer contacto con muchos peregrinos que luego me acompañarían durante varios días en mi caminar y con los que establecería unos lazos muy especiales. Por lo menos estaban allí Joan, Jorge, Lucca, Ingrid y Pablo, y seguro que alguno más que ahora no recuerdo. También durmió esa noche en Saint Joan un muchacho canario (o gallego) llamado Ero, pero en una casa particular, ya que cuando él llegó el albergue estaba lleno.



Durante el día, entablé relación especialmente con las dos personas en las que me había fijado durante el viaje: Joan, el "desconocido" de la estación de Bayona y Jorge, mi acompañante en el tren y que finalmente resultó ser un bravo argentino que acuñó como suya la frase "Yo llego". Con ellos comenzaría al día siguiente mi camino.




La lluvia nos acompañó durante la tarde y la noche de la "jornada 0", pero no impidió que visitará y recorriera algunos recovecos del punto de salida de mi recorrido jacobeo.
Saint Jean Pied de Port es un pueblo medieval, en el que un paseo por su casco antiguo te transporta inmediatamente a tiempos pretéritos. Está dominado por la Ciudadela, una fortaleza amurallada y es atravesado por la Rue de la Citadelle, la misma vía que los peregrinos recorrían a su paso por esta población. Comienza en lo alto del pueblo, en la Puerta de Saint Jacques y desde allí desciende hasta el Portal de España, punto de inicio de la ascensión a los Pirineos que tendríamos que afrontar al día siguiente.


Esa fue mi primera noche en el Camino. Nos acostamos temprano, ya que a la mañana siguiente debíamos abandonar el Albergue antes de las 8:00. Habíamos cenado unas pizzas que habíamos ido a buscar Joan, Jorge y yo a un pequeño puesto ambulante que localizamos a las afueras del pueblo. Las llevamos al albergue y las compartimos con el resto de peregrinos que allí se encontraban preparando su cena. La mayor parte venían por el camino francés y ya llevaban en sus botas cientos de kilómetros de dura marcha.



Ese primer día ya empecé a notar ese espíritu especial que marca a los peregrinos, ese aura de compañerismo que rodea a los que se embarcan en esta particular aventura y que es capaz de transformar a dos extraños en grandes amigos en solo unos días de convivencia.




No pasé una buena noche, y es que en los días previos al viaje me había acatarrado. Las primeras noches se me congestionaba mucho la nariz, no paraba de moquear y sudaba y sudaba. A eso de las 12 (nos acostamos sobre las 9) unas enormes ganas de ir al baño me despertaron. Intenté bajar de mi litera sin hacer mucho ruido, lo que no impidió que el compañero que dormía a mi lado se despertará sobresaltado. Tras hacerle ver que era yo, otro peregrino, quien le había despertado, me dirigí raudo al baño. ¡Horror! Llegué a tiempo de ver como una francesa entraba en él y se tomaba el tema de lavarse los dientes con calma, y no hacía ni caso a mis suplicas por mi urgencia (quizás no me entendía). Corrí al piso de arriba, donde creía recordar que había otro baño. Justo salía alguien de él, por lo que finalmente pude evacuar mi vejiga.



Regresé a mi litera tratando de no despertar a nadie, me metí en el saco lo mas sigilosamente que pude, y entre mocos y sudores, traté de dormir para afrontar al día siguiente la primera etapa y quizás la más dura de las 35 que conformaron mi Camino de Santiago.


07 abril 2008

Deja de llorar

Hay momentos en que nos empeñamos en nuestra tristeza,
en que nos revolcamos en el fango de nuestros errores,
en que pensamos que la vida es solamente un dejar pasar el tiempo,
en que, en definitiva, nos dejamos vencer por el desánimo
y sucumbimos ante los golpes que nos da el destino.

Somos en esas situaciones presos de nuestra propia miseria,
seres débiles y oprimidos por nuestra incapacidad de resistir
los embates propios de la existencia.

El miedo, la angustia, la impotencia, la resignación, la inseguridad
nos conducen al callejón de la culpa y nos impiden ver más allá.

En esos momentos duros de soledad, quien sabe,
algo tan sencillo como una canción te puede ayudar,
si no a levantarte, sí a darte cuenta de que estás por los suelos
y, quizás se abra un claro en tu cielo plagado de nubes.





DEJA DE LLORAR (Mägo de Oz)
Y si la vida te pisa
desenvaina una sonrisa
y vuélvete a levantar.

01 abril 2008

Y Reincidentes en la Fiesta del Pce (3ª parte)

Último concierto de la noche del 21 de septiembre de 2007 en la fiesta del Pce, donde pudimos escuchar unos cuantos temas de los andaluces Reincidentes. En el vídeo aparecen fragmentos de Yaveh se esconde entre las rejas, Vicio, Resistencia, Un día más, Cucaracha blanca y el "Mierda de Ciudad" de los Kortatu.